12° "Dulces de Caspio"

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- ¿Estás segura que vendrás verdad? -

Me pregunto Linlin desde arriba del carro, ataviada con su hermoso vestido dorado y sus cuentas de plata.

- Te lo prometo -

- ¿Por tu honor? -

Sonreí ante su astucia y deslicé mi mano sobre su larga trenza listonada y adornada con las flores que le puse en la mañana.

- Por mi honor -

Prometí, aunque no estaba segura si de verdad tenía el honor tan intacto como para hacer promesas por medio de él.

Papá llegó desde detrás del carro, con el sombrero debajo del brazo y poniéndose los guantes.

- Ya le has prometido a Linlin que nos alcanzaras -

Me repitió. Fui hasta Galeón y le di unas palmaditas en el lomo, rezaría a los beatos porque el viaje por mar no le enfermase, sí que lo iba a echar de menos.

- Tengo un par semanas para hacer mérito, estoy segura que el general Ovenzo me dará lugar si no me tardo más de tres días -

Traté de sonar convencida de mis palabras, me salió bien.

Papá asintió, hizo un ademán para que Linlin se recorriera al otro lado del asiento, se puso el sombrero y subió de un salto al carro.

- Nos veremos en Galacia, espero que se te ocurra alguna buena excusa para explicarle a Lord Boris porque lo evitaste durante todo el tiempo de su estancia en Palas - luego se dirigió a Estor quien se hallaba de pie cerca de la puerta del taller - Te dejo todo a cargo hasta mi regreso -

- Como ordene Lord Ethan -

Respondió Estor frunciendo el sombrero entre las manos.

Papá agitó el dogal de Galeón y echo andar. Sacudí la mano en el aire mientras los veía alejarse en medio de la bulliciosa calle, temerosa de no poder cumplir mi promesa a esas alturas y tratando de evitar a un par de campesinos que me miraban de soslayo y murmuraban entre sí. Uno nunca puede acostumbrarse a eso, desde lo que había pasado con el hombre amarillo no había un solo sitio en donde pusiera el pie y no escuchara murmullos en mi contra.

Con lo que respectaba a mi abuelo, ya tenía una buena excusa.

Me volví hacia Estor para avisarle que me iba y emprendí la caminata de vuelta al castillo a paso rápido y con la mirada al frente, el Máximo General había convocado una reunión en el salón Rojo.

Crucé la barbacana y el salón del trono en donde se aglomeraban unas treinta personas o más limpiando el techo, algunas me saludaron gentilmente, otras estaban más ocupadas en sacarle brillo a los candelabros que a todo lo demás.

Cuando llegué al salón me encontré solo con el general Far, su comandante, el primer comandante Muri y el general Ovenzo.

- Llegas tarde -

Gruño el general Ovenzo.

Me disculpe torpemente, pero el primer comandante Muri me salvo de tener que darle más vueltas a mi enmienda. No se anduvo con rodeos: El Gran Rey había ordenado cancelar las investigaciones de los tributos a Bayrón.

Nadie se podía imaginar porque hasta que Muri deslizo sobre la mesa un pequeño pergamino diciendo que era una copia de un nuevo decreto del Gran Rey. Apenas escuche esas palabras la piel se me puso de gallina. El pergamino quedo un largo rato en el sitio en donde los largos dedos de Muri lo habían dejado, era como si al tomarlo una maldición de los Beatos caería repentinamente y para mi sorpresa, no era la única que se sentía de esa forma.

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