20° "Rath-dajar"

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Aunque todavía estábamos lejos de Bahía Cataran, al acercarnos a Amadamar, la sal de mar se percibía en el aire.

Nos había tomado tres días llegar ahí, apenas estábamos a tiempo para poder alcanzar el galeón que saldría la noche siguiente y no podíamos llegar a la bahía sin atravesar Amadamar, la inoportuna ciudad estaba justo en el extremo del valle en donde las montañas se unían dejando un solo camino llano para salir al mar. Nuestra siguiente opción era rodear la ciudad y cruzar a la costa por las montañas, eso nos tomaría más tiempo.

- ¿Cómo vamos a pasar por ahí? –

Dijo Alejandro, mientras contemplaba a lo lejos los techos grises de la ciudad.

- Marlon no nos habría enviado aquí si no hubiera una forma de pasar desapercibidos – dijo Basil – tengo un amigo que puede ayudar -

- ¿Tienes amigos, enano? –

- Cierra la boca si no quieres caminar de aquí a Cataran –

- Basta ya los dos – Gruño Alejandro. Se volvió a Basil - ¿Qué tanto puedes confiar en tu amigo? –

- Lo suficiente para que no nos eche a la guardia, pero tenemos que cruzar media ciudad para encontrarlo –

Alejandro frunció el ceño, pero yo tuve una idea.

Me descolgué del caballo y empecé a hurgar entre las cosas de Basil.

- ¿Qué haces? –

Me cuestionó de mala gana.

Le ignore, confié en su quisquilles de llevar toda una casa encima en un viaje y no me equivoque.

- Creo que puedo hacer que pase desapercibido majestad –

Dije levantando en el aire sus tijeras.

Alejandro puso muchas objeciones. Al final se dio por vencido. La gente lo conocía por cómo era, un hermoso cabello largo y una barba bien cuidada. Por suerte para el enano, el siempre llevaba el cabello corto y la barba afeitada, así que el aspecto andrajoso que andaba era perfecto para pasar desapercibido.

Senté al príncipe en una roca y lo despojé de todo, dejé su cabello lo más corto que pude y le afeité todo el bello que encontré en su rostro a excepción de las cejas.

Tenía habilidad con las tijeras y las navajas. Había vivido durante cuatro años metida entre hombres que nunca se tomaban el tiempo de arreglarse la cara, había ocasiones, ocasiones importantes, en que me tomaba un día entero para afeitar a la compañía completa. Ellos refunfuñaban.

Aquel recuerdo me entristeció.

¿Habría nombrado el general a Gucci como comandante? ¿Qué estarían haciendo en ese momento? Me los imagine en el tinelo, peleándose por las presas de pollo más crujientes o el tarro más grande de cerveza. Me di cuenta que los echaba de menos. A Gucci, al general, a Bastián a Ruge a Lukas incluso a Mosbet. Las noches libres que nos pasábamos apostando en juegos de partido o en los concursos de estómago grande en donde yo contaba los tarros de cerveza que se bebían. Recordé a Glade y su flautín, a Ruge y su amabilidad, a Gucci mi amigo de toda la vida. Incluso recordé a Bastián y su maldita litera que siempre se las arreglaba para despertarme con un golpe. Parecía que apenas ayer fue la última vez que me había dado en la frente con ella.

Mi mente fue más allá, a casa. Me pregunte como estaría Estor, si la guardia había puesto bajo vigilancia nuestra casa, enfermaría de la emoción.

Pensé en el olor a cerámica y el barro con el que había crecido, también en la cocina, el comedor en donde nos peleábamos con Martha la mayor parte del tiempo, el estudio de donde Linlin leía sus historias, el recibidor y la silla en donde papá se sentaba a fumar su pipa después de la cena. Talvez nunca volvería a casa. Nunca volvería al único lugar que me recordaba a mi madre.

Cuna De ReyesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora