53° "Piedra y polvo"

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Cuando llegué a la conclusión de que Lord Samar no estaba en las celebraciones, decidí ir a buscarlo en la Torre Blanca.

Quería saber porque se había portado tan patán después de la batalla. Le había ayudado a defender SU ciudad a costa de mis soldados y mi propia vida, no esperaba que se hincara a mis pies y me ovacionara a voz en cuello, pero ¡por los dientes de Clarión!, ¡una mirada agradecida por lo menos!

También quería comentarle lo del veneno, aunque era posible que mi padre ya lo hubiera deducido y se lo hubiera dicho, me sentía impulsada a decirlo también. Una parte de mi todavía quería ayudar a Rama. El pobre infeliz había ofreció su vida a cambio de recuperar el poco honor que le quedaba y no tuvo oportunidad de demostrar que aún valía como ser humano, porque como Palestre ya había valido pescado, y no uno jugoso y fresco, si no uno podrido, bien podrido.

Subir las escaleras fue un calvario. Aunque los huesos de mi pantorrilla estaban intactos, habían pasado sobre ella una docena de pies. O bueno, unos cuantos pares de pies una docena de veces. Nunca volvería a ponerme en la fila inferior de un muro defensivo, por la barba de Lord Orya que no.

Solté un hondo suspiro cuando por fin subí el último escalón. Anduve por el estrecho corredor hasta la alta puerta de dos hojas que guardaba la cámara de los generales. Alce el puño para llamar, pero me llegó el leve murmullo de algunas voces a través de la densa madera de los Yarales. Me aparté y decidí esperar, no quería ser imprudente.

Mientras esperaba frente a la puerta reparé en que el bosque dorado había quedado al otro lado del cañón. ¿Eso significaba que pasaba a ser propiedad de Lady Olígara? Es más ¿Que otras propiedades de Tierras Doradas habían quedado al otro lado? ¿Por eso estaba Lord Samar tan enojado? ¿Cómo podía si quiera suponer que había sido mi culpa?

Me topé con mi reflejo en el opaco metal dorado que adornaba las jambas. ¡Por las faldas de Pladeris! ¿De verdad me había paseado por medio Bargalay con esos pelos?

Me desaté el cabello y lo peiné con los dedos. Fue un procedimiento sencillo gracias a que lo tenía bastante corto, pero nada pude hacer para suavizarlo, estaba tieso de tierra y sudor. Me volví a hacer la trenza. Apenas terminaba de atarme el cordón cuando se abrió la puerta.

Apareció primero la cara del General Maral. Tenía un morado en el pómulo derecho y el labio partido. Me dirigió una mirada feroz. Levante la mano izquierda y me di uno leves golpecitos en el pómulo con el dedo corazón.

- ¿Qué tal uno del otro lado? Para emparejar las cosas -

Expiró por las fosas nasales como un toro furioso. Se hubiera abalanzado contra mí de no haber sido porque salió otro soldado de la cámara. Su cara triangular y sus rubios pelos que apuntaban en todas direcciones me parecía familiar, lo había visto antes, era un comandante, aunque no recordaba cómo se llamaba. Llevaba un brazo colgado al cuello con un paño.

- ¡General Ethan! - exclamó enseñándome toda su gran dentadura blanca y perfecta - Pensé que estaría celebrando, se oye que tienen un buen alboroto allá abajo -

Su comentario me hizo pensar en el tiempo que llevaban encerrados en la cámara. Aparte de que todos llevaban puestas sus sucias armaduras todavía.

Pasaron unos cuantos soldados más detrás de él, todos con expresión cansada, algunos me saludaron. Fema apareció también, se fijó en la forma que el general Maral me miraba y con mucho tacto lo tomó del brazo y se lo llevó. Me sorprendió que el general se hubiera mostrado tan dócil.

Devolví mi atención al despeinado comandante que tenía enfrente.  

- Vengo a invitar a su Lord a bailar una pieza conmigo - dije despampanante.

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