2° "El salón rojo"

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Recorrimos al galope El camino del Descanso y media ciudad desde donde el Camino terminaba para llegar a la barbacana principal del castillo.

Después de desmontar, cruzamos el salón del trono, un salón absurdamente enorme con palcos a los lados y un trono de oro, bronce y plata echo a la imagen de un grifo. El trono se encontraba sobre una plataforma a la que se llegaba subiendo cuatro escalones grandes echos del mismo mármol verde del suelo. Los pilares que se alzaban a los lados estaban forrados por el estandarte de la corona.

Del techo abovedado pendían grandes candelabros de cristal listos para ser encendidos en cuanto la tenue luz que entraba por los coloridos rosetones se extinguiese.

Todavía estaban ahí los jarrones con grandes gajos de violetas que se colocaron para adornar el último paso de la reina; el aroma era deliciosamente pesaroso.

La corona yacía solitaria sobre la capa roja que cubría el trono a modo de luto, estaría ahí por los próximos quince días, el tiempo necesario para que los Beatos decidieran que hacer con su más reciente portadora.

Salimos por una puerta adyacente hasta un corredor amplio custodiado por polvorientas armaduras vacías de héroes fallecidos hacia milenios y llegamos al Salón Rojo, en donde había una mesa de piedra ovalada grande que los altos mandos usaban como campo de batalla cada cierto tiempo.

Se me había concedido el privilegio de entrar en el Salón Rojo desde hacía un año, cuando el general Ovenzo perdió a su comandante en una batalla contra salteadores en las afueras de Filis, el hogar de la madre de Lady Kika. El general mantuvo el último deseo de Carlo nombrándome comandante en su lugar. Un puesto demasiado grande para mí.

El Salón Rojo estaba ya ocupado por los que no habían asistido al funeral de la gran reina. Tres de los siete Capas negras de la guardia Roja y sus respectivos comandantes, y el general en jefe de la guardia capital Sir Jade, con su armadura plateada y su capa roja. Un hombre con la cabeza unida a los hombros, alto y musculoso de piel y labios oscuros que miraba con desprecio a todos aquellos cuya cabeza no pudiera alcanzar más altura que no fuese las rodillas de Sir Jade porque Sir Jade era demasiado importante para bajar la mirada.

El general Ovenzo ocupo su puesto de pie frente a la mesa, no había un lugar designado para el orden en que los generales debían pararse, pero él había escogido un lugar al lado izquierdo por comodidad, y yo ocupe mi sitio de pie junto a la pared, justo detrás de él.

El siguiente General en cruzar la puerta después de nosotros fue Davos, el único que se atrevía a llegar y saludar al gran Sir Jade dándole una palmada en el brazo y preguntarle cómo se encontraba, aunque nunca recibía respuesta.

Davos era el soldado del que se hablaba en las historias antiguas y en las canciones de los bardos: alto, fuerte y apuesto, muy apuesto, pero para su desgracia estaba consciente de su exótica, castaña y rojiza cabellera y que el blanco color de su piel era casi inhumano. Cuando la gente se da cuenta de sus virtudes físicas se vuelve jactanciosa y las pierde todas.

- Lady Ethan –

Me saludo guiñándome un ridículo ojo azul. Olía a mirra.

- General Davos –

Le conteste, inclinando un poco la cabeza sin perder mi postura.

Abrió los musculosos brazos de forma despreocupada, me mostró sus grandes y perfectos dientes blancos.

- ¿Por qué tenemos que ser tan formales? –

- Porque estamos en una reunión seria general. La reina ha sido asesinada, hoy la situación amerita formalidades –

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