54° "La serpiente y la perra"

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Abrí los ojos después de un millar de parpadeos. El techo de madera que se alzaba a tres metros de mi cara tenía unas cuantas telarañas colgando que oscilaban con la brisa que entraba por la ventana entreabierta. Agucé los oídos tratando de captar algún sonido de la calle, lo único que alcancé a oír fueron unos lejanos ronquidos.

Tenía los brazos y los pies totalmente extendidos, la cama era tan angosta que mis brazos colgaban por los bordes a partir de los codos. No me quería mover. Me sentía como un plato de barro que había sido depositado en el suelo con delicadeza para que después alguien le diera un pisón. Estaba completa, pero si me movía me iba a caer en pedazos.

Respiré lentamente, hasta el proceso de tomar aire me resultaba doloroso. Tenía la boca seca y el estómago hambriento. Empecé a mover los dedos, los tenía duros y me dolían las articulaciones. No me habían golpeado tanto, no entendía porque mi cuerpo estaba tan dañado. Moví levemente la muñeca derecha, sentí el tirón de la sangre seca pegada al vendaje.

Levanté los brazos y mis hombros ardieron. ¡Por la túnica carbonizada de Clarión! Parecía que hubiera bajado rodando desde la cumbre de Carligor, el monte más alto de toda Tierras Perdidas. ¿Era eso normal? No recordaba haber quedado así después de la batalla de Bahía Barrancas.

Me quede tumbada y mis pensamientos empezaron a dar vueltas. No tuve pesadillas, y si había soñado algo no lo recordaba. Me asaltó una pregunta inquietante: ¿De verdad ganamos nosotros?

Antes de que la tierra se abriera, ya se había derramado mucha sangre. ¿Era suficiente para el Croll? No. Tenía que ser una bestia insaciable. Cabía la posibilidad de que lo sucedido estuviera estimado en sus planes, con eso de que parecía adelantarse a todo lo que hacíamos.
Sin embargo, por lo que Lord Samar me había dicho, Rebeca había predicho como terminaría la batalla. Es posible que ella no supiera el significado de sus propias palabras, pero ya estaba plasmado que sería así.
Ella estaba en Laguna del Cofre con el príncipe. Me preguntaba si le habría dicho algo, lo que fuera.
Mi cuerpo empezó a entumecerse, si me quedaba más tiempo acostada terminaría por perder por completo la sensibilidad de mis extremidades.

Me incorporé de un salto, al hacerlo sentí que se me clavaron mil lanzas en el cuerpo. Apreté los dientes y me quedé sentada un momento esperando que menguara el dolor. Cuando pasó un poco, deslicé lentamente las piernas por el colchón hasta pisar el suelo. La madera debajo de mis plantas fue un montón de brazas ardientes. Me pare con mucho cuidado y caminé hacia el aguamanil con una mano en la cintura y pasos cortos. Me llevó casi dos horas llegar hasta él.

Me quité la camisa, retiré el vendaje que envolvía mis pechos y me lavé las axilas y el cuello. En el espejo comprobé que solo tenía morados en las costillas. No entendía porque me dolía todo lo demás.

Me sequé con lentos y suaves toques. Quería echar un vistazo a la herida de mi muñeca, pero decidí dejarle el asunto al maestre. No tenía ánimo ni energía para volver a envolverme el pecho. Lo dejé así.

Registre el macuto que mi padre se había molestado en llenar con "cosas necesarias" para mí. Encontré una camisa limpia de algodón gris y un corto tabardo negro con la insignia de la casa Ethan grabado a ambos lados del pecho. También había empacado un par de pantalones negros y una botellita de esencia de violetas. Me sonreí al encontrar lo último, no se le pasaba nada ¿he?

Me vestí con mucha lentitud. Que bien se sentía ponerse ropa limpia. Iba a devolver la botella de esencia sin abrirla, pero lo pensé mejor y me puse un poco detrás del cuello.

Estaba poniéndome las botas cuando la puerta sonó.

- Soy el maestre Ivie general -

- Adelante - Respondí.

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