38° "La roca que habla"

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Subí las escaleras de dos en dos, corrí por los pasillos tenuemente iluminados escuchando como mis pasos hacían ecos en el silencio, entre las armaduras vacías que custodiaban mi camino y el techo abovedado que se alzaba imperioso sobre mi despeinada cabeza en donde las palabras del príncipe resonaban con fuerza: Guiaré a la Mantícora al salón, ve por Basil y Gucci y alcánzame ahí.

Podía ser solo mi paranoia, pero el espacio me parecía demasiado solitario y mi respiración, demasiado ruidosa.

Muchas cosas habían pasado por mi mente en el transcurso de pocos minutos. Justo en ese momento, la bestia bien podría haber asesinado a la mitad de los Palestres, o más.

Después de tomar el camino más largo hacia los dormitorios, corrí directamente hacia la habitación de Gucci. Abrí la puerta de golpe sin reparar en nada hasta que la chica en su cama soltó un grito antes de hacerse una bola con las mantas.

- ¿Qué no sabes tocar? –

Me gruño él incorporándose sobre las sábanas con el torso al descubierto.

- Te necesito en el comedor ahora, ve por Basil –

- ¿Qué está pasando? –

Espeto aturdido.

- Solo hazlo y más vale que lleves tu espada. También busca a Lord Samar –

Lo había pensado desde antes.

Ni Lord Samar ni nadie menos cuerdo que él creería sin pruebas la historia que nos había contado Kiran.

Ellos tenían que verla, talvez porque si lo hacían, podría convencerme a mí misma.

Llegue a mi habitación con la agitación a punto de hacerme desmayar. Giré sobre mis talones sin encontrar nada de lo que estaba buscando, por un momento me pareció que todo había cambiado de sitio hasta que por fin di con la silla en donde había dejado mis armas.

Tomé el cinto con la espada y la daga y volví al pasillo directamente al comedor. Atravesaría el gran salón para llegar más rápido, o esa pretendía. Aunque sabía que había vidas en juego, el juicio se me nublaba, tuve que volver sobre mis pasos en más de una ocasión hasta que todo se volvió claro y transparente cuando resbalé y rodé por los escalones hasta el primer rellano de las escaleras que bajaban a la sala del Lord.

El golpe que lleve en la cabeza hizo que todas las ideas que me rondaban se esfumaran. Tarde varios segundos intentando detener el remolino de piedra que giraba sobre mí.

Cuando apoyé las manos en el suelo para levantarme me encontré con un líquido frío y viscoso.

Sangre.

Me puse de pie con la espalda pegada a la pared, intentando pensar con claridad. Si hubiera sido Alejandro lo sabría.

Me ate el cinto y desenfunde la daga antes de empezar a bajar. Los candeleros en la pared iluminaban el camino rojo que seguía escaleras abajo, aunque ni estas ni el techo parecían querer dejar de moverse.

Llegué al final y me senté en el suelo al cubierto.

En el profundo silencio del gran salón, podía escuchar claramente el tenue rugir de la bestia, un lamento carne desgarrándose.

No quería ni siquiera pensar en lo había detrás de la pared. Cerré los ojos intentando armarme de valor, apreté la daga contra mi pecho y me asomé lentamente, lo primero que alcancé a ver fue la silla del Lord, volví a retroceder con el corazón latiéndome en la garganta.

Respiré profundo y volví a intentarlo. Esta vez asomé medio cuerpo para ver mejor.

En el centro del salón, justo en el medio de un gran charco de sangre, la bestia devoraba a un hombre con armadura, un soldado.

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