18° "Encuentro"

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Me llevó tiempo entender lo que había sucedido, lo cual, hizo que me tardara más de lo esperado en desgañitarme ante el horror. Podía saber si seguía vivo solo con quererlo, pero estaba escandalizada por lo repentino de los sucesos. Me tumbe en el suelo para acercarme a la orilla del risco, la imagen del príncipe despedazado en el fondo del valle me provoco vértigo. ¡¿En qué demonios estaba pensando?! Acabábamos de llegar a una conclusión y se había suicidado ¡Cobarde!

Asomé la cabeza, alcancé a ver nada, una sombra negra acompañada de una fuerte ráfaga de viento me obligó a volver. Caí sobre mi espalda, pero me incorporé de inmediato... Y lo vi.

Una... un... un Grifo ¡Era un Grifo! ¡Un Grifo hendía el aire justo frente a mí! ¡Justo sobre el valle!

Lo observe volar, girar y cortar el aire con agilidad.

Gritaba algo en completo silencio:

- ¡Mírame! ¡Esto es lo que soy! –

Me quede boquiabierta.

Lanzó un rugido, como el de un águila y un león. Resonó poderosamente en todo el valle, sacudiendo las montañas y el mundo mismo.

No sentí miedo, ni terror. Estaba orgullosa.

De pronto empecé a reírme, alegre, feliz de verlo tal y como era. Alejandro estaba mostrándome su forma, su esencia.

Volaba justo por encima del valle que me había hecho entender que lo imposible es posible, que lo feo puede ser bello y que, aún si no parece real lo es.

Él era una bestia, y era hermoso.

Empezó a bajar y retrocedí a trompicones, sin ver hacia donde iba, solo lo veía a él. Cuando estuvo cerca, tuve que cubrirme el rostro con el brazo, sus poderosas alas levantaban todo a su paso.

De pronto ya no hubo viento, solo quietud.

Me descubrí poco a poco. Temiendo romper aquel momento.

Ahí estaba él, frente a mí.

Lo mire estupefacta. Tenía las alas medio extendidas, el cuello erguido y las álulas a la altura de la cabeza. Se veía magnifico. Eso pretendía, se estaba jactado de su monstruosidad. Presumido.

Sentí un mano amable empujarme la espalda. Avancé sigilosa. Cuidando cada paso que daba, no por miedo, no, no era eso.

Tenía el tamaño de una casa de tres niveles. Abrió sus alas despacio para que pudiera verlas mejor, eran largas y fuertes.

Con un solo movimiento podía destruir un puente si se lo proponía.

Tendí una mano hacia él. Inclinó la cabeza hacia mí de forma sumisa. Alcancé primero su pico, era fino y duro como el de los halcones mensajeros, de un color como el del trigo. Me deslicé a un costado. Sus plumas eran suaves y resbaladizas de un color café rojizo hasta el cuello y, a partir de ahí, las del pecho, el lomo y las alas, de un café más oscuro. Lo recorrí de un lado sin quitar mi mano de su plumaje. Justo en los coracoides, las plumas terminaban y empezaba el pelaje de un león, amarillo trigueño, tenía como cola dos plumas largas y dobles. Di la vuelta completa y volví al punto donde había comenzado. Estaba consciente de que lo estaba viendo desnudo, no parecía importarle.

Basil permanecía apartado. Lo miré, no estaba segura con que expresión.

- Es magnífico –

Le dije.

El asintió.

Alejandro, aún conservaba la cabeza inclinada y me miraba, con sus ojos amarillos, radiantes.

Era como si, ese agujero que no sabía que había en mi corazón se hubiera llenado. No lo entendía, pero al mismo tiempo sí. Me di cuenta que me había hecho falta, que lo había extrañado durante veinte largos años.

Abracé su cuello, él inclino la cabeza. También me abrazaba.

- ¿Cómo has podido estar oculto de mí durante todo este tiempo? –

Susurre.

Había amanecido y estaba llorando de felicidad.

Lo había encontrado.

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