46° "El quinto sol"

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A pesar de los incansables esfuerzos que los maestres hacían para que Rama recuperara su condición, nada parecía hacer efecto. Pasaron días llenándolo de emplastes, ungüentos y haciéndolo beber infusiones a la fuerza, incluso llegó un obispo de la basílica de Liswón con su larga túnica dorada y estuvo dos noches enteras rezando en su cabecera.

Mientras tanto, cada hora que pasaba era un martirio. Kiran me explicó que las heridas que dejaba una Mantícora eran muy difíciles de curar, incluso para las gárgolas como él, y que solo un milagro haría que Rama se recuperara lo suficiente para levantar una espada en tan poco tiempo.

Claro que nunca se lo comenté a Lord Samar.

No quería tener a Rebeca y a Marlon en la boca del lobo, así que los envié a Laguna del Cofre con una carta para Alejandro en la que le explicaba nuestra situación y le pedía fervientemente que huyera si eran necesario. No lo haría, pero no estaba de más suplicarle.

Mi padre se pasaba todo el día en la muralla viendo a los ejércitos enemigos. No se explicaba como pensaba Lady Olígara atacarnos sin estrellarse contra los gruesos muros de Bargalay. Sabía que debía tener un haz bajo la manga y se pasaba los días y las noches pensando en cual podría ser.

Mi abuelo había vuelto a Tierras perdidas a regañadientes, Laberinto no podía estar más tiempo sin su Lord, especialmente cuando el tío Kendal se encontraba sitiando Daladar. Eso dejó al ejército de Laberinto a mi completa disposición lo cual, se volvió un gran problema cuando después de la primera noche los Palestres de Parlay y los nuestros, saltaron de las indirectas a los golpes.

Si pasaban un solo día más compartiendo el mismo espacio, la guerra estallaría dentro de los propios muros de Bargalay. Ni Lord Samar ni yo íbamos a permitir que eso sucediera, y debido a que yo no quería azotar a mis soldados, mi padre sugirió el cepo.

Tres Palestres de Parlay y dos de Laberinto pasaron un día entero exhibidos en una plaza pública como advertencia.

No volvió a suceder ninguna pelea, pero nada pudimos hacer para acallar los murmullos, ni para evitar que el campamento se volviera una evidente división de facciones. Cuando marché a bahía barrancas sabía que encontraría una batalla. Esperar detrás de un muro a que esta empezara era mucho peor.

El que Rama no se recuperara, el que los soldados no pudieran convivir en paz y la idea de que al final todos nuestros esfuerzos por evitar una masacre fueran inútiles me traía con los pelos de punta. Me irritaba por todo, hasta porque volaba la mosca. Mis Palestres se encontraban fascinados por mi mal genio, más de una vez los escuché decir que era la viva imagen de Lord Orya. Hasta Lord Samar parecía encantado escuchándome maldecir.

Luego estaba lo que Rebeca me había dicho sobre Kiran. Empecé a observarlo con atención de forma inconsciente, Gucci se dio cuenta de ello y se le dio por pensar cosas absurdas. Tuve que decirle la verdad antes de que empezara a armarse toda una obra de teatro en la cabeza.

- Deberías hacer lo que ella te sugirió y preguntárselo – Dijo después de escuchar atentamente toda la recreación que yo había hecho de mi conversación con Rebeca.

- No es tan fácil – Objeté – Siento que si le pregunto saldrá corriendo –

- Si sale corriendo sería bueno ¿no? –

Sí, eso parecía, pero muy en mi interior sentía que era una mala idea.

- No, por ahora lo necesito aquí –

Gucci suspiró.

- Y yo que pensaba que por fin le estaba llegando un pequeño rayito de luz a tu oscuro corazón de Ethan –

Dejé de observar a Kiran. Le preguntaría, pero cuando llegara el momento, aunque esperaba que fuera él quien me dijera la verdad por sus propios motivos.

El ambiente de tensión reinó entre Parlay y Laberinto durante varios días. Dejé de visitar a Rama porque verlo solo aumentaba mi angustia. Al cuarto día llegué a pensar que era mejor pelear y largarnos de una vez. Cuando el quinto sol salió, cambié de idea.

Era primavera. Todos los días de primavera eran hermosos en Tierras Doradas. El día señalado no fue la excepción.

Yo no había podido dormir absolutamente nada en toda la noche. Tenía una habitación para mi sola en uno de los edificios frente a la muralla, una habitación que poco a poco empezó a parecerme un pozo sin fondo. Me levanté antes de que destellaran los primeros rayos de sol en el cielo despejado y llamé al escudero de servicio para que me ayudara a ponerme la armadura. Verme al espejo con ella solo avivo mi inquietud.

Cuando salí, para mi sorpresa medio mundo estaba levantado y en un profundo silencio.

Todos los soldados se movían de un lado a otro como si quisieran evitar despertar a una bestia. Solo se escuchaban leves murmullos y los casos de los caballos en el suelo. Ocupé mi tiempo supervisando la tropa con el mismo sigilo.

Pensaba que solo era cuestión de tiempo antes de que las cosas se normalizaran, pero pasadas varias horas todo seguía igual, y se volvió aún peor cuando Lord Samar bajó de la torre blanca seguido de Fema y de quien había reconocido como el general Maral, un sujeto alto y corpulento, con abundante barba rubia oscura y ojos pequeños color ámbar. Cruzaron la calle hacia el edificio en donde tenían a Rama.

Incapaz de poder concentrarme en nada, me pare frente al edificio a esperar. Gucci y mi padre llegaron también, y lo único que se escuchó fue una súplica callada de mi padre. Momentos después toda una aglomeración de soldados, tanto de Parlay como de Laberinto, se encontraban de pie frente al edificio. Era la primera vez en varios días que se mezclaban sin provocar una revuelta, pero no podía fijarme en la belleza del momento.

No estoy segura de cuánto tiempo pasó, pero mientras esperábamos el sol hizo una trayectoria importante sobre nuestras cabezas.

Rama apareció en el umbral.

Llevaba puesta la armadura de Parlay. El verde olivo del hierro hasta cierto punto ocultaba la palidez de su rostro, pero sus ojos cafés se veían cansados. Su aspecto me consternó, era evidente que no estaba condiciones ni siquiera de montar.

Su presencia dejó todo en silencio. Paseo la vista por todos los que estábamos ahí, alzo la barbilla y avanzó en medio del estrecho camino que la multitud dejó para él. Sus pasos eran lentos, estaba haciendo un gran esfuerzo por mantenerse de pie, pero no se tambaleo ni una sola vez.

Pasó a mi lado, me vio solo dos segundos y luego intento esbozar una triste sonrisa.

- Lo siento – susurró. Siguió su camino.

¿Acaso significaba aquello lo que yo creía que significaba?

Volví la vista hacia el edificio justo cuando Lord Samar salía de él con expresión sombría. Fema y el general Maral le seguían, ambos se veían inquietos.

Debí haberlo sabido, Lord Samar jamás dejaría que Rama luchara en las condiciones en que se encontraba a menos que

Lo siento había dicho. Se me hizo un nudo en el estómago.

Rama le había confesado su traición.

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