Estaba terminando de acomodar los abrigos, actividad que había pospuesto desde hacía días, mientras hablaba con Polo en altavoz. La última semana la había dedicado a resumir mi vida en siete cajas para desempacarla en un piso de sesenta metros cuadrados.
Aún no me había hecho a la idea de vivir sola. Después de pasar toda mi vida con mi mamá, me llevaría bastante tiempo acostumbrarme.
Había terminado prácticamente de ordenar mi nuevo y pequeño apartamento. No era la gran cosa, pero era más que suficiente. Una habitación grande de color blanco roto donde estaba mi cama, el sofá que vino con el piso y una pequeña mesa de café. El pasadizo que llevaba a la puerta de entrada se dividía en tres, una cocina equipada con lo básico, un baño y un armario diminuto.
El piso era parte de la beca que obtuve para asistir a UCAT, una prestigiosa universidad en Toronto y, a pesar que yo no lo haya escogido, era muy probable que me hubiese inclinado por uno muy similar. Apenas lo recibí hace una semana, por lo que recién pude instalarme.
—Entonces eres oficialmente toda una mujer independiente —exclamó más emocionado que yo.
—Se podría decir que sí —respondí colgando otra chaqueta—. Siempre y cuando no se arrepientan de haberme dado la beca.
—Ni pienses en eso —refutó seguro de sí mismo—. ¿Acaso no te conoces? No podrían dársela a alguien mejor.
Polo era ese alguien que te daba el empujón que necesitabas cuando te daba miedo saltar o la mano que te sostenía cuando podías caer. No lo conocía de toda la vida, pero nos volvimos muy cercanos cuando estábamos en la escuela. Siempre me guardaba la espalda y, a pesar que nuestra amistad se puso a prueba, no lo cambiaría por nadie.
—¡Ey! Me estás poniendo nerviosa —dije riendo.
Escuché el sonido de una segunda llamada entrante y me acerqué a mi móvil que descansaba sobre la cama. Lo tomé entre mis manos y sentí como mi corazón se saltaba un latido.
«Mierda».
El nombre que aparecía en la pantalla me descolocó a tal punto que tuve que tomar asiento para evitar caer al suelo. No pensé que volvería a saber de él. Habían pasado meses desde la última vez que lo vi y le dejé en claro que no quería que me contactara después de esa noche.
Mi respiración se aceleró y me sentí palidecer. No pude tranquilizarme hasta que la llamada se cortó al no ser contestada.
—¿Monga? —preguntó mi amigo al otro lado de la línea. Me había quedado callada olvidando que estaba hablando con él.
—Me tengo que ir, Polo. Después hablamos —dije cortante antes de ponerle fin a la conversación sin darle tiempo a responder.
Si Polo se enteraba que estaba intentando contactarme, las cosas no terminarían bien y no quería volver a enfrentarlo. Me había distanciado lo suficiente y no iba a permitir que vuelva a alterar mi vida... Era parte del pasado.
Dejé nuevamente el móvil sobre el colchón y me pasé ambas manos por el rostro buscando despejarme. Ese era un día demasiado importante para preocuparme por él. Entré al baño y abrí la regadera para darme una ducha antes de empezar a arreglarme. Debía estar en la facultad en un par de horas para mi primer día de clases y no permitiría que se arruinara por culpa suya.
Nunca me había gustado manejar, nunca, y tampoco era muy buena que digamos. Me ponía muy nerviosa y mi mayor temor era atropellar a un inocente. Si no fuese porque mi mamá, su novio y Polo complotaron en mi contra para ponerme tras un volante, jamás me hubiese atrevido. Por suerte, mi nuevo piso estaba a tan solo unos minutos en auto de la universidad, por lo que no debía preocuparme tanto por el trayecto.
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ALBA © [Disponible en físico]
Romance¡YA EN LIBRERÍAS! [Esta versión es un borrador] Ella no sabe conducir, él es un corredor profesional. Ella no confía en nadie, él no puede permitirse perder la confianza en sí mismo. Ella odia las mentiras, él es experto en ellas. Lucen distintos, p...