Capítulo 31

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A pesar de mis protestas, no pude librarme de las clases de manejo con Derek. Si bien disfruté de esa corrida la semana anterior, aunque todavía no podía creerlo, manejar por mi cuenta era otra cosa, otra que no me agradaba del todo. Conducir sí me gustaba, muy poco, pero me gustaba; el problema era mi torpeza y los nervios, los cuales parecían no tener la intención de dejarme en algún momento pronto. Así que no tenía de otra que seguir siendo un desastre tras el volante, sin importar cuánto Derek se había empeñado en cambiarlo.

Eso sí, pude reducir la lección ya que debíamos avanzar otra parte del proyecto de filosofía. No teníamos que entregarlo hasta el lunes siguiente, pero no podíamos hacerlo después porque Derek debía salir de la ciudad para unas carreras con su equipo. Según lo que me había contado, se trataba de una suerte de competencia con varias fechas, siendo la última en Toronto.

Después de la clase, fuimos al piso de él para poder adelantar el trabajo. Llevábamos un par de horas en ello, por lo que no nos faltaba mucho. Siendo honesta, no era un tema que dominaba tanto como lo hacía él, pero aporté lo más que pude, o al menos eso intenté.

Estaba sentada en el sofá de la segunda planta con los codos apoyados en mis piernas cruzadas, mientras veía a Derek a mi costado con el Mac en sus piernas y la vista fija en la pantalla. Posición en la que se le veía muy guapo, pero yo no me sentía muy productiva.

—¿Seguro que no quieres que te ayude? —pregunté jugando con los dedos. Él negó con la cabeza y siguió tipeando quién sabía qué. —¿Seguro? —repetí agudizando la voz.

—Estoy por acabar —me informó volviéndose a mí— y no tienes la menor idea de lo que estoy haciendo.

—Ey, sí sé —refuté como una niña. Me vio con recelo—. Todo el peso del pasado en los hombros de los jóvenes y... ¡AHH! —exclamé cuando recordé—. Apropiarse de la historia de los antepasados —anuncié orgullosa de mí misma.

—Eres tierna... pero estás perdida —me dijo con una sonrisa, la cual contesté con una mirada repleta de disgusto.

—Eres insoportable, Keller —declaré poniéndome de pie. Caminaría hacia el pasillo, pero levantó una pierna y no me dejó pasar. —¿Ves? A esto me refiero.

—¿A dónde vas?

—Al baño —le informé esquivando la mesa—, psicópata.

Caminé por el pasadizo escuchándolo reír. Entré a su habitación, atravesé el vestidor y me adentré al cuarto de baño.

A los pocos minutos salí y me lo encontré guardando unas cosas en el velador del lado de la pared de cristal.

—¿Terminó el gran filósofo? —dije con burla en la voz mientras descansaba el hombro en el umbral del armario.

Asintió, cerró la gaveta y empezó a caminar hacia mí. Antes de darle chance de alcanzarme, dejé de apoyarme y crucé la habitación para llegar a la esquina contraria. Me siguió con la mirada cuando pasé por su costado y me paré frente a su saco de boxeo.

—Supongo que por esto sabes golpear como lo haces —deduje viendo el desgaste de la tela negra. Creo que los únicos colores que se veían en la habitación era el negro, gris o el marrón de la madera.

—Inténtalo —ofreció apareciendo a mi costado.

—¿Yo? ¿Golpear?

—¿Quién más? —respondió colocándose detrás del saco—. Vamos.

Entorné los ojos y negué con la cabeza. No había manera.

—No me gusta la violencia —le informé encogiéndome de hombros.

ALBA © [Disponible en físico]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora