Capítulo 33

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**Otra expresión: Sei un testa di cazzo, que significa Eres gilipollas, imbécil, etc.

Estoy en uno de los salones de mi casa. Siempre me ha gustado esta habitación. Techos altos, paredes blancas, ventanas enormes. Es muy bonito. Parece de un museo. Estoy sentada sobre un regazo, su regazo. Mis pies no llegan al suelo. Mis piernas son muy cortas y mis talones descalzos chocan con sus pantorrillas. Estamos sentados en un banco de madera. Me está rodeando con sus brazos. Justo frente a mis ojos veo las teclas blancas y negras.

—Mira, cariño.

Agarra mis manos y las coloca bajo las suyas en el teclado. Son tan pequeñas y las de él tan grandes. Empieza a tocar algunas notas con mis dedos.

—Suena muy lindo ¿no?

Asiento con emoción.

—Escucha.

Deja mis manos sobre mis muslos e inicia a tocar una melodía. Es hermosa.

—¿Yo también puedo aprender? —pregunto cuando termina.

—Por supuesto, cariño. Puedes hacer lo que te propongas —me responde dándome un beso en la cabeza—, pero me tienes que prometer que si empiezas, no lo vas a dejar... ¿Me lo prometes?

—Sí.

—Genial. Vamos a decírselo a mamá ¿vale?

Me baja de su regazo, me toma de la mano y salimos del salón.

Me incorporé en la cama con la respiración agitada. Llevé una mano a mi cara y descubrí que mis mejillas estaban húmedas: había estado llorando. ¿Qué había sido eso? Era la primera vez que soñaba con aquel recuerdo.

Me senté en el borde, estiré los brazos e inhalé con calma. De seguro fue por haber tocado el piano, esa misma melodía. Detoné esa memoria. Pensé que había olvidado el sonido de su voz... no lo había hecho.

Mi móvil sonó en el velador y lo tomé. ¡Mierda! Tenía menos de una hora para que Derek pasara por mí. Como el evento era de noche opté por descansar en la tarde, pero no pensé que me quedaría dormida, mucho menos que soñaría con algo así.

Me puse de pie y entre al baño lo más rápido que pude. Debía ducharme, cambiarme y maquillarme.

Contra todo pronóstico, terminé de arreglarme con minutos de sobra. Me paré frente al espejo para darle el visto bueno a mi atuendo. Era un vestido coral de tirantes, entallado en la cintura, con falda corta de vuelo. Decidí sujetarme el cabello en una cola alta un poco despeinada para dejar la espalda descubierta, siguiendo el diseño del vestido, y me puse un maquillaje sutil, pero elegante. Sí, me gustaba y no había ni rastro de que había llorado.

Justo a tiempo, recibí un mensaje de Derek diciéndome que estaba abajo. Me puse las sandalias de tacón nude, un abrigo encima que cubría el atuendo, y cerré la puerta tras de mí.

A los segundos, salí y me lo encontré de pie en la acera. Madre santa, qué maravilla de hombre. Tenía puesto un traje de color gris oscuro sobre una camisa blanca con los primeros botones abiertos. No traía corbata, y eso lo hacía incluso mejor. Accesorio perfecto: esa sonrisa de lado y esos ojos.

—Lindos tacones —dijo viendo mis piernas. Reí.

—Un trato es un trato, Keller. No olvides tu parte —respondí acercándome a él.

—No te preocupes... no lo haré.

Me saludó con un beso en la mejilla y me guio hasta su auto, que estaba estacionado detrás de él.

ALBA © [Disponible en físico]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora