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¿Qué hacía aquí? ¿Por qué vino a mi casa? Esas y mil preguntas más atormentaron mi mente cuando bajaba por el elevador para darle el encuentro al chico del que había escapado el día anterior después de besarlo.
«Respira, Ava. Tranquila». Me habré repetido esas mismas palabras ochenta veces frente al espejo de las puertas de la caja de metal. De igual modo, de nada me iba a servir ponerme más nerviosa de lo que estaba.
Para mi mala suerte, las puertas se abrieron las puertas en el vestíbulo de mi edificio. ¿Acaso no se pudo malograr conmigo dentro? ¿Era demasiado pedir que me dejara encerrada por unos días?
Respiré profundo, me armé de coraje y salí del elevador.
A través de la puerta de vidrio, vi a Derek parado en medio de la acera de perfil y con las manos en los bolsillos del pantalón. Se le veía tan imponente e intimidante. ¿Cómo podía irradiar esas características con una postura tan simple y cotidiana?
—Sally —dijo cuando me vio salir del lobby.
—Hola. —Apreté los labios y respiré hondo una vez más—. ¿Qué haces aquí?
Sacó las manos de los bolsillos y las dejó colgando a los costados de su torso perfectamente esculpido.
—Tenía que hablar contigo.
Hablar conmigo. Tenía que hablar conmigo.
Sentí como la sangre dejó mis venas y cayó a mis pies apenas escuché esas palabras.
—¿Quieres pasar? —pregunté señalando el edificio detrás de mí con la cabeza.
«Por favor no aceptes». No tenía la menor intención de hacerlo entrar, solo lo invité por educación.
—No es necesario.
Gracias, madre santísima de los cielos.
Si hubiese aceptado, habría perdido la razón.
—Bueno... dime. —Forcé la sonrisa más sincera que pude y me crucé de brazos para entrar un poco en calor.
—Metí la pata —soltó de golpe.
—No lo hiciste, Derek. —Acomodé un mechón de cabello tras mi oreja extrañada—. En todo caso, yo también metí la pata. —Mejor dicho metí la lengua.
Puede que yo no haya estado completamente sobria, pero le seguí el juego, más importante aún, lo disfruté. Pero tener a Derek en frente justificándose por el beso solo me daba entender que él probablemente no lo hizo. No pude evitar sentirme un poco incómoda al saber que no lo había gozado tanto como yo. Bueno, un poco por no decir mucho.
—Igual —se encogió de hombros calmado.
¿Cómo era que estaba tan tranquilo cuando a mí me temblaba hasta el alma de tan solo estar a medio metro de él?
—Yo estaba ebrio, muy ebrio, y quería desquitarme. —Apretó ligeramente los labios—. Tú tampoco estabas tan feliz —me señaló con una mano—; huiste al segundo.
«Tierra, trágame y escúpeme en un volcán». Escapé de ese lugar y de él como si hubiese cometido el peor delito imaginable.
—Sí, perdón por eso. —Apreté el rostro y reí nerviosa a la vez que mordía mi labio inferior.
—Literalmente, saliste corriendo —repitió para sí mismo con una sonrisa como si quisiera entenderme—. Eso nunca me había pasado.
—¿Nunca? —pregunté frunciendo el ceño. Aunque pensándolo mejor, cómo lo harían; el hombre parecía salido de una revista.
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ALBA © [Disponible en físico]
Romansa¡YA EN LIBRERÍAS! [Esta versión es un borrador] Ella no sabe conducir, él es un corredor profesional. Ella no confía en nadie, él no puede permitirse perder la confianza en sí mismo. Ella odia las mentiras, él es experto en ellas. Lucen distintos, p...