Capítulo 43

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Estaba distinto. Su rostro tenía más arrugas de como lo recordaba. Su cabello corto, antes castaño oscuro, tenía algunas tonalidades grises. Pero el resto... La nariz recta. Los labios delgados. La mandíbula marcada. Era él.

Rodeó el escritorio y di unos pasos hacia atrás por inercia. Se dio cuenta de mi reacción, se detuvo y cambió de camino.

—Toma asiento, Ava. —Con una mano me señaló la derecha de la oficina. Era enorme, aunque eso sería poco. Más de ocho personas podrían trabajar allí sin inconveniente. 

Seguí con la mirada su gesto. Un juego de tres sofás grises estaba acomodado alrededor de una pequeña mesa de vidrio.

Él se sentó en el más grande, mientras que yo lo hice en el borde de uno individual. Estábamos cerca. Más de lo que lo habíamos estado en años, demasiado, y no me sentía cómoda. Cubrí una de mis manos con la otra y moví los dedos por mi muñeca. 

—Sabía que ibas a venir. 

Mi respiración se volvió más pesada, como si se me dificultara. No podía creer lo que mis ojos veían, ni lo que mis oídos escuchaban. Pensé estar en una simulación.

—¿Cómo te sientes? Supe que te desmayaste.

—Tu tarjeta estaba en mi abrigo —le dije manteniendo la voz neutra sin mirarlo a los ojos.

—Lo sé. —Asintió lentamente—. Pedí que la pusieran ahí.

—¿Qué hacía tu tarjeta en mi abrigo?

—Quería hablar contigo —contestó calmado, demasiado calmado. Lo que solo me alteraba más.

—¿Querías hablar? —repetí con incredulidad y volteé a verlo.

—Ava...  

—¿Por qué? —lo interrumpí—. ¿Por qué ahora?

Se quedó callado por unos segundos. Acomodó el nudo de su corbata, a pesar que estaba bien, y lo soltó instantes después.

—Ya era momento de volver a tu vida.

—Tú no tienes un lugar en mi vida. Te aseguraste de ello.

—Déjame explicarte... Por favor —me pidió y me pareció reconocer verdadera aflicción.

En esa oportunidad, fui yo quien se quedó en silencio. Más que querer escucharlo, necesitaba respuestas. Respuestas a preguntas que jamás pensé que me formularía.

—No soy la misma persona que fui hace unos años —dijo apoyando los codos en sus rodillas.

—¿Quién rayos eres, entonces? ¿Quién es el señor Garza?

—Para empezar de cero, tuve que cambiar muchas cosas.

—Puedo verlo —hablé con ironía, notando el aro de oro que tenía en la mano izquierda—. No tuviste problema siguiendo con tu vida cuando la mía giraba en torno a ti.

Se relamió los labios, se fijó en el anillo y botó el aire por la boca. Estaba casado. Había iniciado otra familia y olvidó la nuestra.

—Cometí errores y pagué por ellos —siguió contando—. Cuando salí de la cárcel, vine a buscarte, pero tu madre pensó que lo mejor para ti era que me mantuviera lejos, y no puedo culparla, en ese momento también lo creí. Pasó el tiempo y... y no supe cómo volver a lo que una vez fuimos, hija.

—No me llames hija.

—Ava...

—No —hablé con determinación. —Dejé de serlo el día en el que me abandonaste. Mi madre, mi abuela, tú... ¡todo es una gran mierda! 

ALBA © [Disponible en físico]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora