No podía ser. Estaba alucinando. Tenía que estarlo.
El hombre giró del todo y nuestros ojos se encontraron. La casa, Vancouver, el piano, las promesas. Todo empezó a aparecer en mi mente como fotografías, todo tal cual lo recordaba. Conocía ese rostro. Era el rostro del hombre que me crio, que me cuidó, que me prometió estar conmigo siempre. Era mi papá.
—Buenas noches. —Su voz. Oír su voz.
Sí, era él, pero ese no era su nombre. Era Marco Handersen.
La sangre dejó de fluir por mis venas. Sentí cómo el alma se desplomó a mis pies. Las manos que tenía en mis piernas perdieron fuerza y cayeron a mis costados. Lo que más quise por años fue volver a verlo, a escucharlo. Lo estaba haciendo. Ahí y en ese momento, pero no podía creerlo.
—Es un verdadero honor estar frente a ustedes —dijo viéndome a los ojos entre toda la multitud—. Usualmente soy un hombre de pocas palabras, por lo que muchos se sorprenderán de verme aquí el día de hoy, pero bueno, para todo hay una primera vez.
Su mirada estaba fija en mí, sin desviarla un segundo. Tomó aire y siguió con su discurso.
—Esta noche estamos aquí para celebrar un año más de UCAT, un año de aprendizaje, de errores y de cambios. Este es el primero para muchos de ustedes, y de seguro se han visto obligados a vivir experiencias que jamás se imaginaron, al igual que a enfrentar obstáculos, porque así es la vida. No es cuesta arriba, es dura.
Me lo decía a mí. Estaba hablando conmigo. Sentí como el color desapareció de mis mejillas. La vista se me nubló y empecé a sentir la cabeza más ligera.
—¿Linda? —Podía escuchar a Liv como si me llamara a lo lejos—. ¿Estás bien?
—¿Sally? —Esta ocasión, Derek—. Sally.
Los sentía a kilómetros de distancia. No podía romper el contacto visual con esos ojos celestes grisáceos con los que soñaba durante las noches.
—Esta universidad busca crear, no solo excelentes profesionales, sino seres humanos capaces de enfrentarse a las adversidades de la vida, a ser fuertes, a dar segundas oportunidades, y no solo a exigir perdón, sino a aprender a perdonar. —Su mirada se suavizó—. Así que hago un brindis para todos ustedes, por todos aquellos que han sabido seguir adelante, aun cuando la vida se puso en el camino. Por fa...
Me puse de pie. No sé de dónde saqué la fuerza, pero no podía seguir en ese lugar. Apenas lo hice, se silenció. Dejó de hablar. Sentí un peso en mi pecho. Mis ojos se cristalizaron. Lo que veía no podía ser real.
Una persona me tomó de la mano, y otra del brazo. Sentí mi piel fría como el hielo. Me liberé de los dedos que me sostenían alejándome de la mesa y empecé a caminar hacia la puerta. Debía salir de allí. Más me acercaba a ella y más lejos parecía estar. Aceleré el paso y no me detuve hasta que salí de aquel salón. Mi respiración se aceleró. Podía escuchar lo fuerte que mi corazón latía. ¿Era él? ¿Era mi padre?
No. No. No. Mi mente lo repetía como si fuese lo más importante. Entre esa palabra, se movían nubes oscuras. Una ola de mareos me invadió. Los pasos que daba se ralentizaron al punto de chocar un pie contra el otro. Me iba a desmayar. Lo sabía.
Antes de poder ceder ante el deseo de mi cuerpo, alguien me sostuvo de la cintura.
—Ava, Ava. Escúchame.
Apenas podía hacerlo. La voz de Derek sonaba como si me hablara a través de una pared de agua.
—Mantente despierta, cariño —me pidió buscándome la mirada, pero mis ojos no podían verlo a pesar de tenerlo al frente.
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ALBA © [Disponible en físico]
Romance¡YA EN LIBRERÍAS! [Esta versión es un borrador] Ella no sabe conducir, él es un corredor profesional. Ella no confía en nadie, él no puede permitirse perder la confianza en sí mismo. Ella odia las mentiras, él es experto en ellas. Lucen distintos, p...