Capítulo 45

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—Dijiste Antonio —afirmé dándome la vuelta.

—Sí.

—Yo nunca te dije que se llamaba así... Yo no sabía su nombre.

Su rostro se tornó completamente serio, como si se hubiese encontrado a un fantasma. Nunca antes lo había visto así. Su mandíbula se tensó al punto de parecer quebrarse y sus ojos se abrieron transmitiendo una dosis de arrepentimiento que jamás había presenciado.

—¿Cómo sabes su nombre, Derek? 

Noté que mordió el interior de la boca. Estaba nervioso.

—Seguro lo dijeron en la Gala.

—No. No lo hicieron. Yo no tenía ni la menor idea que así se llamaba. En la tarjeta decía A. Garza. Jamás supe el nombre completo.

—Sally...

—Dime cómo rayos sabes su nombre... y qué hace una de sus empresas en tu auto.

Vi su rostro. Estaba pálido. Tenía miedo. Tenía la expresión de haber sido atrapado. Mierda.

—Lo conoces —afirmé. 

—Puedo explicártelo.

Oh, no. Lo hacía.

—¿De qué estás hablando, Derek? —le pregunté con miedo—. ¿Cómo coño lo conoces?

Pasó una mano por su cabello y tomó una bocanada de aire, parecía querer armarse de valor. Mientras, mi mente se sentía perdida.

—Trabaja con mi papá. Mejor dicho, mi papá trabaja para él.

—¿Es en serio? —Retrocedí unos pasos—. ¿Por qué no me lo dijiste?

—Quise hacerlo, Sally, pero... —Mordió su labio con frustración—. Es complicado.

—Explícame por qué es complicado. ¡Derek, explícame!

—¿Cómo se supone que debía decirte que lo conocía? —quiso excusarse con lo obvio—. Sabía cuánto te afectaba.

—Contándomelo, joder. —Pasé una mano por mi cabello—. ¿Qué hace una de sus empresas en tu auto? 

—Es auspiciador, Sally —admitió con la voz apagada.

—Entonces lo conocías desde antes... —concluí.

—Sally...

—¿Por qué no me lo dijiste cuando lo reconociste en la Gala?

Pareció confundido al inicio y luego volvió a tensarse. Como si... No.

—Espera. —Ladeé la cabeza al darme cuenta—. ¿Sabías que era mi padre antes de la noche de la gala?

Silencio.

—Puta madre, Derek. No puedo creerlo. ¡¿Qué tanto sabes de este hombre?!

—Solo tienes que saber que siempre te cuidó —dijo acercándose y posando sus manos en mis codos—. Eso es lo único importante.

—¿Por qué hablas como si supieses mucho más de lo que te he contado? —pregunté con precaución.

Él apretó la boca. Pensé que se rompería los dientes y me miraba con un enorme dolor.

—¡Maldita sea, Derek! ¡¿Por qué sabes que me cuidaba?!

Lo vi a los ojos. Me fijé tanto, como si quisiese leerlo a través de ellos, y lo único que noté fue arrepentimiento, pena, enfado, tristeza. Una gran mezcla de todo aquello habitaba dentro de él. En aquel momento recordé las palabras de Nietzsche que una vez leí: «La boca puede mentir, pero la mueca del momento revela la verdad» y la vi en su forma de mirarme.

ALBA © [Disponible en físico]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora