Capítulo 3

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Un agudo dolor de cabeza me obligó a despertar. Peleé contra mis párpados que querían mantenerse cerrados y los abrí lentamente. Desperté en una habitación blanca que se volvía más nítida conforme pestañeaba.

Quise levantarme, pero un ardor en la parte interna del codo me detuvo. Giré el rostro con dificultad y noté una vía intravenosa. ¿Qué había pasado?

Recorrí la habitación con la mirada hasta que me encontré con dos siluetas sentadas en un sofá a mi izquierda. Una podía verla con más claridad, era Liv, y la otra solo de perfil, pero no necesitaba más para reconocerlo. El cabello castaño y corto con las ondas peinadas hacia atrás, la nariz delgada y la mandíbula recta: era Polo, quien al verme despierta, se levantó de inmediato.

—Monga, ¿cómo te sientes? —preguntó preocupado.

Me dolía todo el cuerpo, la cabeza me pesaba, me sentía débil... Iba a responder, pero mi boca estaba tan seca que no pude hacerlo. Sentía como si mi garganta fuese un verdadero desierto. Vi un vaso de agua en un mueble y me recompuse suavemente en la cama y estiré el brazo derecho con el objetivo de alcanzarlo.

—Espera —dijo Liv a la vez que se levantaba. Rodeó la camilla y me lo entregó. Tomé unos sorbos y la sensación del agua pasando por mi garganta fue alucinante. —Voy a ir por el doctor. —Dicho esto, desapareció por la puerta.

De pronto los recuerdos empezaron a llegar rápidamente como imágenes borrosas. La fogata, la laguna, la competencia de shots... De ahí en adelante mi mente quedó en blanco. ¿Cuándo llegué a un hospital? O más importante ¿por qué?

Polo me ayudó a acomodarme a pesar de los quejidos de mi cuerpo y recosté la espalda. Se sentó al pie del colchón y me vio pensativo. Aún tenía mi ropa puesta y por la ventana podía ver que no había amanecido todavía. Esa fue la siguiente pregunta que se instaló en mi cabeza: ¿cuánto tiempo había pasado?

El sonido de la puerta me distrajo y vi a Liv entrar nuevamente a la habitación seguida de un señor con gafas y bata blanca. Mi amiga regresó al lugar donde estaba sentada antes y el señor se acercó a mí.

—Señorita Muller, soy el doctor Montand —anunció con seriedad.

Sacó una pequeña linterna y la apuntó a mis ojos. El repentino golpe de luz me molestó, pero me acostumbré a los segundos. Se acercó a mi rostro, revisó mis pupilas y volvió a guardar el aparato.

—¿Cómo se encuentra?

—Un poco mareada... ¿Qué pasó? —pregunté aturdida.

—Lo imagino, son los efectos secundarios de la sustancia que ingirió. —¿Sustancia?—. Le realizamos un examen toxicológico y hallamos rastros de MDMA, más conocida como éxtasis.

Si no hubiese estado recostada, de seguro me hubiera caído de culo con el comentario del doctor.

¿MDMA? ¡Ni de coña! No sabía ni cómo se ingería, e insinuaba que lo había consumido. Y tampoco era cualquier droga. Era éxtasis, un estimulante completamente ilegal que jamás había siquiera visto.

—Yo no consumo eso. —Me senté en la camilla entre ofendida y sorprendida—. Yo nunca he consumido algo por el estilo. Ni siquiera fumo. Tiene que haber algún tipo de error, doctor.

—El joven que la trajo dijo que venían de una fiesta —comentó. ¿De qué joven hablaba?—. ¿En algún momento descuidó su bebida?

—N-no, no lo sé. No me concentré en ello.

El señor asintió como si entendiera.

—No es la primera vez que atendemos un caso como el suyo, señorita. En las fiestas algunos chicos quieren pasarse de listos y crear un ambiente más... alegre —contó. Estaba insinuando que me habían drogado... DROGADO.

ALBA © [Disponible en físico]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora