Capítulo 26

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Axel y Jacob actuaban igual que siempre lo habían hecho, es como si no recordaran lo sucedido hace pocos días, la fuerte discusión que tuvieron en donde yo me vi involucrada, situación que a mí me atormentaba todas las noches. Aunque, de todas formas, sí se notaba la tensión en el ambiente cada vez que estaban juntos. El día de mi cumpleaños número dieciocho llegó en un abrir y cerrar de ojos, se sentía extraño saber que ya llegué a esa edad, de cierto modo, una edad en donde mis responsabilidades aumentarían, en donde mi forma de ver la vida cambiaría por completo.

Y es que, cumplir la mayoría de edad podía ser lo mejor, o lo peor, depende de cómo se intérprete, para muchos solía ser el inicio de una vida llena de fracasos, errores, arrepentimientos, y para otros, les solía ir mejor; éxitos, carreras completadas, logros cumplidos. Yo no tenía idea de cómo me iría, de lo que quería llegar a ser en la vida, jamás se me cruzó por la mente la idea de estudiar en una universidad porque primero, la ciudad quedaba lejísimo y no tenía ningún lugar para hospedarme por allá. Segundo, la mayoría de universidades eran pagas, o por lo menos requerían tener el título de que estuve en secundaria, lo cual era imposible debido a que el colegio del pueblo solo era un pequeño curso.

En parte me deprimía, a veces soñaba con explorar mucho más allá de pueblo Esperanza, ampliar mis horizontes, conocer nuevas zonas y aprender muchísimas cosas necesarias para fortalecer mi conocimiento. No quería quedarme estancada como una burra, como todos los demás en el pueblo (sin ofenderlos) pero como mi situación económica me impedía cumplir esas fantasías, tenía que conformarme con seguir ayudando a mantenernos con vida, encargarme del huerto y próximamente ordeñar vacas.

Tan campesina era nuestra vida que cuando mamá o papá, u otra persona del pueblo tenía que viajar a lugares cercanos, o sea, pueblos vecinos, ya sea para entregar mercancía u otra cosa, se hacía a caballo. Los caballos, aunque teníamos menos de diez, eran nuestro medio de transporte, pero a mí no me agradaba montarlos, muy pocas veces lo hice cuando me enseñaron, me daba mucho miedo.

Salí de mis pensamientos consumidores de humor para dirigirme a la cocina porque mi mamá me estaba llamando desde hace un rato.

Al llegar a la entrada, busqué con la mirada algún lugar que estuviera adornado como en los años anteriores o cualquier indicio que tuviera que ver con mi cumpleaños, eso indicaba que me habían comprado un pastel, era lo típico que hacían por mí, lo cual me alegraba. Para ser sincera, una fiesta o algo por el estilo sería un evento imposible, jamás lo tuve.
Pero no había nada, ni adornos en las paredes hechos de flores, ni globos en miniatura, ni carteles con dibujos, nada.

Por mi mente pasó un breve pensamiento, los chicos no estaban en el cuarto y tampoco en la cocina, mucho menos en la sala, lo que quería decir que no estaban en ningún lugar de la casa. ¿A dónde habían ido todos juntos? ¿Por qué me dejaron atrás? Normalmente siempre me avisaban cuando salían.

Mamá estaba leyendo un periódico viejo y arrugado, cosa que no era común en ella, hasta fruncí el ceño por lo desconcertada que me dejó. Me acerqué a ella con cautela, esperando que sacara un pastel sorpresa debajo de sus piernas o detrás del periódico que cubría todo su rostro.

—Buen día, Emy. Feliz cumpleaños —dijo al percatarse de mi presencia.

Dejó lo que estaba haciendo, tiró el papel arrugado en la mesa y se levantó para dirigirse hacia mí, la esperé con una sonrisa y ambos brazos detrás de mi espalda, como una niña ansiosa deseando su regalo de cumpleaños. Me dio un gran abrazo que me transmitió una calidez increíble, lo que lograba mamá era una nostalgia, un sentimiento de que me amaba, era bonito.

—Buenos días. Gracias, mamá. ¿Y los chicos? —pregunté porque me extrañaba que no estuvieran en la casa.

A esas horas todavía estarían durmiendo, por lo que me parecía sospechoso. La noté tensarse. Mamá no sabía mentir, era un ángel caído del cielo, de los buenos, su voz siempre la delataba cuando intentaba decir mentiras piadosas. Ese era su punto débil, una mujer predecible, honesta, sincera, por eso todo el mundo la quería.

Emily y compañía [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora