CAPÍTULO 22

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—Bien—Comienza el de pelo blanco.—He traído a mis jinetes para que pruebes con ellos.

Sus palabras tensan la espalda de Darío, quien extrañamente no está con el fuego recorriendo su cuerpo.

Aprieta sus puños y como acto reflejo aprieto los dientes. Si tanto le preocupa a Darío que estos seres puedan tocarme, es algo de lo que debería preocuparme yo también.

—Ambas lo haréis.—Pronuncia la de cabello rubio, esta vez, amarrado en dos largas trenzas.

Miro a Bea, quien se mantiene con un semblante serio y ligeramente preocupado.

Me ha costado mucho convencerla de volver, de tener que tomarse en serio todo esto que nos está pasando, ya que por alguna extraña razón, decidió dejar de lado todo el tema y seguir con su vida como si nada.

Algo le hizo la mujer de las trenzas aquel día, pero no quiso hablar del tema conmigo.

—Bea.—Pronuncio, cuando los tres seres infernales se dan la vuelta para preparar al jinete.—¿Qué demonios pasó aquel día?

Su mirada se endurece cuando me mira, tanto que noto el apretamiento de mandíbula que realiza sin siquiera mirársela.

Se acerca a mí, cogiéndome del brazo desprevenidamente para acercarme a ella. Sus ojos está nublados por las lágrimas, y eso solo empeora los nervios que siento.

—Ella se metió en mi cabeza.—Pronuncia, con la voz tan débil que tengo que acercarme para escucharla otra vez.—Su voz...Su voz sonó en mis pensamientos...Fue totalmente...

—¿Pero te dijo algo?—Trago con fuerza, impaciente por su respuesta.—¿Qué es lo que te dijo, Bea?

Se lo piensa por un momento, mirando hacia los lados, hacia el suelo, intentando ganar tiempo para comprender cómo puede decirlo.

—Ella me dijo que mis padres no son mis padres.

Mi corazón se detiene, mis brazos se quedan tendidos a los lados de mi cuerpo sin fuerza, juraría que sin circulación, y aunque lucho por mirarle para hacerle saber que puede contar conmigo, no logro hacerlo.

¿Qué...—Es un susurro sorprendido, pero por una parte, suena roto. Mi voz suena rota por el dolor que esas palabras producen en mí.

—No sé si es verdad.—Comienza, limpiando el par de lágrimas que caen por sus mejillas.—No tengo manera de explicar lo que sentí en ese momento.

—¿Pero cómo sabes que es verdad?—Digo.—Quiero decir...Ellos son tus padres, llevan toda tu vida contigo...

—Ella lo dijo muy determinante, como si quisiese liberarme de la mentira en la que he vivido todos estos años de golpe.

Aprieto los dientes, y ella lo hace también, fijando la mirada en la mujer del cabello trenzado a nuestra espalda.

—Ahora mismo está en mi cabeza.—Dice.—Escuchando todo lo que estamos diciendo, y aunque te cuestiona de ingenua por creer que ella mentiría con algo así, no te juzga por intentar animarme.

Mi espalda se tensa, se congela más bien, y aunque noto su mirada en nosotras me atrevo a girarme y encararla.

Está lejos, hablando con el de pelo negro y Darío, pero sé que sí está en la cabeza de Bea.

Miro a Bea, quien está atónita, con los ojos nublados por las lágrimas una vez más, y noto el pulso acelerado cuando me atrevo a agarrarle la mano, esperando que no pase nada de lo que pueda arrepentirme.

—Bea...

—Quiere hablar conmigo.—Espeta con seriedad, soltando mi mano de vez.

Frunzo el ceño, pero cuando me fijo en la silueta de la chica de blanco vestido acercándose a nosotras, trago con fuerza.

HELLHOUND | Libro I ¡YA A LA VENTA! ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora