CAPÍTULO 38

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BEA

Mi voz sale aguda, potente, y juraría que ha provocado una extraña ráfaga de viento. Pero a pesar de haber descargado toda mi energía y parte del odio que siento por él, no ha sido suficiente como para matarlo.

Dejo que mis pulmones descansen luego de gritar en su dirección como nunca lo he hecho, y flexiono mis piernas para recuperar el aire.

Mi cabeza da vueltas, una extraña sensación de aturdimiento me envuelve casi tan rápido como la inconsciencia.

Me caigo al suelo de culo, para luego intentar con todas mis fuerzas, las pocas que me quedan, mirar lo que está pasando ahí delante.

Veo un par de alas moverse de un lado a otro, pero son dos siluetas las que pelean. Mis ojos reparan en Daemon, quien agarra del cuello a Azael, pero que inmediatamente cae al suelo cuando con sus dos alas lo hace tambalearse. Azael lo empuja de un solo golpe.

Todo se vuelve confuso, y mi mente aturdida, aunque lucha por mantener la consciencia lo suficiente como para ayudar a Daemon, no tarda en quedarse en blanco.

Ya no pienso en nada más, simplemente me dejo caer al suelo con lentitud. Siento mis pulmones relajándose, acompasándose al débil latido de mi corazón.

Mi cabello tapa parte de mi cara, pero no me esfuerzo en sacarlo de delante. Hace de cortina entre la luz que me ciega y yo, entre la pesadilla que vivo y la tranquilidad a la que estoy acostumbrada, entre la imagen de Daemon luchando contra una criatura que lo hará pedazos en menos de minutos.

¿Y por qué? ¿Simple orgullo masculino de salvar a la dama en apuros?

Sinceramente, después de ver las dos alas de piedra que sobresalen de la espalda de Azael, ningún chico simplemente por parecer más macho se atrevería a luchar con él, sería consciente de que es una muerte segura y me dejaría aquí tendida. Pero él no lo hizo.

Sigo sin comprender muy bien el por qué, pero después de sin poder evitar cerrar los ojos del todo, dejo de pensar en ello.

No pienso en nada más.

No sé cuánto tiempo pasa hasta que me muevo. Siento mis brazos moviéndose, mis piernas y todo mi cuerpo como si estuviese flotando. Mi cuello se echa hacia atrás cuando me levantan del suelo, y aunque lucho por sujetarme a lo que parece ser un cuerpo, no puedo evitar sentir terror cuando veo dos alas enormes extendiéndose ante mis ojos.

Una de ellas hace cosquillas contra mi mejilla, y aunque se notan frías al tacto, no desprenden la frialdad que las de Azael desprenden.

Sus plumas de color negro se mueven con cada paso que el que me sujeta da, y aunque se ven desde mi perspectiva realmente hermosas, no sé si temer al que sea el portador de ellas.

Lucho por moverme, por mirar atrás e intentar ver a Daemon, ya sea vivo o muerto. Y cuando lo veo, cuando veo su pelo negro a lo lejos tumbado en el suelo, mi corazón se estruja con fuerza.

Daemon está muerto. Daemon Sayer ha muerto y todo ha sido por mi maldita culpa.

Ambas alas comienzan a batirse con fuerza y delicadeza al mismo tiempo, haciendo que unas ligeras corrientes de aire me peinen el cabello hacia atrás. El de constitución fuerte se alza de un solo salto y no vuelve a caer, ni siquiera con mi cuerpo a cuestas, se mantiene volando en el aire, alejándose Dios sabe a dónde.

Quiero gritar, intentar defenderme, pero la paz y tranquilidad que estar volando en el aire me otorga hace que me olvide de todo lo pasado, de todo lo que temo que pase ahora y de lo que seguro que me pasará si dejo que este ser me aleje.

HELLHOUND | Libro I ¡YA A LA VENTA! ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora