CAPÍTULO 54

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—Dime, Daemon ¿Qué fue lo que ocurrió aquel día?—La pregunta me abandona casi sin poder evitarlo.

Él se entretiene con la venda que le sujeta el brazo en el aire y se toca la espalda con dificultad, intentando aflojar el nudo. Me acerco cuando lo noto y lo hago yo con rapidez.

—Estoy muy confuso ahora mismo.—Confiesa, soltando un suspiro de alivio que me deja helada.—Si aquel día con lo que luché me parecía una gárgola, ahora mismo no sé ni si era hombre o mujer.

—Sí.—Espeto llamando su atención.—Era una gárgola.

Asiente con lentitud.

—Recuerdo cómo apareció casi de la nada.—Comienza con la voz rasposa.—A ti corriendo, yo yendo a por el cadáver del final de la calle.—Su ceño se frunce con ligereza.—Recuerdo el pelo rubio, los ojos azules y lo delgada que estaba. Saltaban chispas a su alrededor.

Mi pecho se contrae con sutileza.

—¿Chispas?—El recuerdo de lo que Malia me contó sobre Luka me invade.

—Sí.—Responde con seriedad.—Era una metahumana.

Mis cejas se alzan.

—¿Metahumana?—Pregunto con curiosidad.

—Poderes. La chica tenía poderes.

—Eléctricos.—Termino suponiendo.

Asiente con ligereza y eso solo confirma mis sospechas.

—Pero no estaba muerta.—Interviene de repente.—Estaba fingiendo, solo para despistarme y que su amigo el de las alas tenebrosas pudiese ir a por ti.

—¿Fue a por ti?

—Sí, por lo menos lo intentó.—Se encoge de hombros como si realmente no tuviese importancia.

Asiento cuando empiezo a unir cabos sueltos.

—Luego de ocuparme de ella, fui a por ti.—Dice.—Pero escuché tu grito y de inmediato supe que eras una Banhsee.

Mi garganta se contrae.

—¿Entonces por qué me preguntaste el otro día?—Pregunto con nerviosismo.—Quiero decir, si tan claro lo tenías...

—Quería asegurarme de que no fue una mala jugada de mi cabeza.—Responde.—Quería oírlo de tu boca.

El cielo estrellado sobre nosotros solo me hace perder la concentración en la conversación.

—¿Y tú?—Indago sin poder evitarlo.—¿Qué eres tú, Daemon?

Se recuesta sobre la mesa de piedra a mi lado, con cuidado de no cargar todo el peso sobre su espalda dañada.

—Si te lo dijese solo te pondría a ti y a tu abuela en peligro.—Confiesa mientras ambos miramos el cielo.—No podría hacerlo ni aunque quisiera.

—Comprendo.

—Eso sí que no me lo esperaba.

Mi ceño se frunce con confusión.

—¿El qué?

—El que no insistas.—Aclara.—Que no indagues después de todo lo que ha pasado.

Un suspiro profundo sale de mi pecho sin que pueda evitarlo.

—Después de todo este tiempo, sé que no es bueno insistir cuando te advierten de que saberlo solo me pondrá en peligro.

Una ligera sonrisa tira de la comisura de mis labios y no hago nada por reprimirla.

Mis manos se enlazan entre ellas sobre mi estómago, mientras noto el frío de la piedra helarme la espalda.

HELLHOUND | Libro I ¡YA A LA VENTA! ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora