CAPÍTULO 27

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Los pasos de Edgar son constantes, se mueve en círculo y con las manos enlazadas a su espalda. No para de moverse, de un lado a otro, una y otra vuelta, y eso, solo empeora el nerviosismo que nos envuelve a mí y a mi amiga.

Miro a Bea, quien no ha parado de temblar desde que decidimos llamar a los dos chicos que están conversando entre ellos, admirando la montaña de ropa ensangrentada del fondo de la habitación.

Darío se agacha, coge la prenda entre las manos y se la acerca a la nariz.

—Rastrearé el olor y veré si puedo deshacerme de lo que pueda incriminarla.—Pronuncia con detenimiento.

Coge el vestido de Bea y lo rompe con fuerza en dos trozos. Me mira justo antes de guardarse un trozo en el bolsillo, y se cruza de brazos apoyándose contra la mesa.

Esa mesa que mencionó en su coche, eso que dijo que me puso la piel de gallina...

Niego con la cabeza.

''Céntrate por el amor de Dios, Malia...''

—¿Puedes, por favor, relatar lo sucedido?—La voz de Edgar suena ronca, pero no deja de moverse.—Necesitamos entender qué fue lo que pasó.

Las manos de Bea tiemblan con énfasis, y aunque no se ha atrevido a mirarnos desde que ellos llegaron, sé que se esfuerza en hacerlo.

Sus ojos retienen lágrimas que de vez en cuando corren por sus mejillas, y escucho desde aquí el latido desbocado de su corazón.

—Bien.—Pronuncia con la voz temblorosa.—Estaba en una fiesta, en casa de un amigo, una que suele hacer por su cumpleaños cada año.

—Al grano, pelirroja.—El tono de Darío es impaciente, y le fulmino con la mirada cuando su comentario aumenta el temblor de mi amiga.

Sé que está dando tantos detalles porque no quiere decirlo, porque no quiere detallar lo sucedido, y no quiero apresurarla. En cambio, se nota que ellos no tienen en cuenta la manera en la que llora, en la que tiembla. Les importa una mierda.

Bea suspira.

—Un chico apareció después de unas horas.—Pronuncia con detenimiento.—Era alto...Muy alto, rubio y con una voz muy ronca.—Continua.—Nadie allí le conocía, pero yo...

Se detiene, y no puedo evitar mirarle con más impaciencia de la que debería.

—¿Tú qué?—Pronuncio.

Me mira entonces, con sus ojos verdosos fulminantes.

—Yo tuve la sensación de sí hacerlo.—Confiesa.—De alguna manera u otra, yo sentí que sí lo hacía.

—¿Y?—Dice Darío, cruzando una pierna sobre la otra.

—Tenía la piel muy pálida.—Frunzo el ceño cuando una imagen se incrusta en mi mente.—Casi transparente...—Su voz suena en un hilo débil.—Él me pidió que fuese con él al jardín, y yo me negué. Sabía que no era de fiar, yo...Lo notaba, era como si mi instinto de...

Banshee.—Edgar es quien habla.

Mi amiga asiente.

—Como si mi instinto de Banshee me estuviese advirtiendo.

Trago con fuerza cuando pronuncia el nombre con el que se supone que se le denomina y suspiro.

—¿Y qué pasó?

—Todos estaban borrachos, yo era la única que no había bebido.—Continua.—Y él...—Se detiene, aprieta las sábanas con sus puños.—Él me acorraló contra la pared, en medio del salón...Me agarró por el cuello y me levantó sin esfuerzo alguno.

HELLHOUND | Libro I ¡YA A LA VENTA! ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora