CAPÍTULO 23

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La palabra sale sin que pueda evitarlo, sin poder contenerla, como si fuese lo único que había escuchado en ese constante y confuso popurrí de ruidos en mi cabeza hace unos instantes.

Los tres hombres que me miran no dicen nada, dos de ellos tan confusos como yo, y el otro traga con fuerza por esa garganta paliducha.

—¿Nereida?—Pronuncia Darío.—¿Eso qué significa? ¿Es un nombre o...

—Silencio, Hellhound impaciente.—Dice el anciano con enfado, dejando a Darío con las palabras en la boca.

Parece querer decir algo más, pero cierra la boca y retrocede un paso.

—¿Mi señor...—Edgar es quien habla.—¿Eso significa algo?

El anciano aprieta la mandíbula por primera vez desde que lo veo.

—Sí.—Dice tajante.—Nos acaba de decir qué es lo que es.

Mis manos aprietan el césped en el que estoy tendida y trago con fuerza cuando lo escucho.

—Es una Nereida.


***


El silencio que se establece en el coche no es incómodo, ni tirante, ni siquiera se nota la tensión que a todos nos recorre el cuerpo ahora mismo.

Nadie dijo nada después de subir en el coche. Ni Bea, quien usualmente intentaría deshacer la incomodidad de la situación. Ella, no ha dicho nada después de haberse ido a hablar con Eleonora. Nada de nada. Ni siquiera cuando se acercó a nosotros y nos vio allí, a mí tendida en el césped con las manos carbonizadas, a Darío con el semblante totalmente serio, y a los jinetes muertos a un lado de nosotros.

Todo eso pasó desapercibido para ella, y no la culpo. Enterarse de que es adoptada a estas alturas, y más de aquella forma tan insensible en la que Eleonora se lo dijo, no puede ser fácil de asimilar.

Darío tampoco dijo nada, y eso, en él, es lo más extraño de todo.

No ha soltado ni un solo comentario irritante en todo el trayecto, ni siquiera me ha preguntado qué es lo que pasó exactamente cuando el hombre aquel me estrujó las manos como si fuesen un trapo viejo.

Miro por la ventana sin saber muy bien qué pensar.

El revelamiento del nombre de lo que soy no ha sido como me esperaba. Ni el anciano que sé que sí sabía lo que ese nombre significa, ha querido decirme qué es una Nereida exactamente.

He buscado información en mi teléfono móvil, y lo único que he encontrado ha sido que las Nereidas, para los antiguos griegos, representaban todo lo bello y amable del mundo marino, coronadas por corales, decían que también cantaban con sus hermosas voces, protegían a los marinos en sus travesías y algunas incluso, podían controlar el agua a su antojo como defensa.

Hesíodo comenta que ellas calmaban fácilmente las olas sobre el brumoso mar y las ráfagas de furiosos vientos, que su piel era pálida y su largo cabello chorreaba grandes cantidades de agua.

La mirada del anciano me hizo saber que mi poder es más fuerte de lo que creía, y sobre todo, que he desatado una confusión en estos seres.

Lo que Edgar contó me dejó atónita. Si yo soy la única de ellas que queda, o una que acaba de aparecer después de mil años...¿Soy una amenaza? ¿Una señal?

Miles de preguntas me atormentan, tanto que tengo que despegar la mirada del paisaje para mirar al conductor de mi lado.

Su cabello despeinado está colocado como de costumbre hacia arriba, dejando ver sus ojos castaños junto a ese ceño fruncido que ha acompañado su semblante últimamente.

HELLHOUND | Libro I ¡YA A LA VENTA! ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora