CAPÍTULO 14

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El amable taxista nos despide con la mano cuando nos bajamos del vehículo.

Miro mis zapatillas negras con cordones blancos cuando quedo justo en frente de la del pub al que con frecuencia solemos venir mis amigos y yo, incapaz de mirar a toda esa gente que percibo por el ruido.

Suspiro hondo y comienzo a caminar repitiéndome una y otra vez a mí misma que lo hago por mi propio bien, así como el de mi amiga, quienes podemos estar en un grave peligro. Quienes ya han estado en grave peligro desde que la persona a la que tengo intención de ver esta noche apareció.

Cuando llego a la puerta se puede escuchar la música alta, muy alta. Unas luces moradas y azules me ciegan por un segundo cuando me atrevo a observar a través de la gran cristalera que se cierne ante mis ojos, y evito a toda costa hacer contacto visual con la gente que me observa como si no encajase aquí.

—Desde luego, no escogiste el mejor atuendo para la ocasión.—Dice Bea, quien por el contrario viste un vestido negro ajustado y con la espalda abierta, destacando como de costumbre su llamativo escote.

—No me apetecía vestirme para la ocasión.

Mi vestido de tela fina negro se mueve con la brisa nocturna, con su cuello en lazo de color blanco, y mis calcetines negros hasta debajo de mis rodillas, mi pelo negro cayendo hasta casi mi trasero en ondas naturales y desordenadas, junto a mis converse negras y blancas.

Parezco una niña recién salida del colegio, pero en realidad, no me importa.

Para nuestra sorpresa, el guardia de seguridad que yo esperaba ver no es el que está vigilando la puerta. Sin embargo, no tenemos que luchar demasiado para que nos deje pasar por encima de la gran cola de gente que llega hasta la esquina.

—Vaya, parece que tu misterioso chico no trabaja hoy.—Bea saluda al de casi dos metros que vigila la puerta.—¿Qué hay, Miguel?

Los abucheos a nuestra espalda suenan por todo el pequeño establecimiento, pero Bea no se corta a la hora de hacerles el corte de manga a todos y adentrarse como si nada.

El sonido abrumador de la música es todavía más notable que fuera, y lo noto en cada vibración de mi cuerpo. El ambiente está tan cargado que noto el calor apegándome el vestido a la piel.

Nos adentramos cogidas de la mano hasta la barra, donde como siempre, está Sergio con el ceño fruncido, de los nervios por lo mal que sus aprendices se desenvuelven en la barra.

En cuanto nos ve, parece relajarse. Fija la mirada en Bea y la mira de arriba abajo, noto cómo sus pupilas se agrandan desde aquí, a pesar de la escasa iluminación, y no tarda en saludarnos con el semblante serio.

—¿Qué os pongo chicas?

Bea y él conversan un rato sobre lo que pedir, mientras yo me apoyo de espaldas en la barra y admiro el panorama; Decenas de personas bailan y beben apegadas, con libertad, con unos movimientos relajados y pausados al ritmo de la música. Muchos de los chicos aprovechan para apegarse a las que deciden restregarles el culo, y otros ni se preocupan en disimular la tensión sexual que hay entre ellos.

Un par de personas están pegadas contra la pared besándose con pasión, olvidándose de que hay más gente en la sala. Pero supongo que eso es lo bueno de estos sitios, a diferencia de lo que yo hago, nadie observa a nadie. Aquí la gente se da la libertad de hacer lo que quiera porque nadie les va a juzgar ni a mirar mal.

Pero yo sí observo. Hoy he venido a observar.

Busco entre todos los cuerpos la figura del que me sacó de entre las llamas y una vez más se fue sin decir nada. Y no me sorprendo al verlo parado en las puertas de los baños, con sus brazos tensos cruzados sobre su pecho. Su ceño está fruncido, está asegurándose de que todo está en orden, y me obligo a respirar con profundidad cuando observo la forma en la que sus músculos se contraen cuando sus brazos caen rectos a los lados de su cuerpo.

HELLHOUND | Libro I ¡YA A LA VENTA! ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora