CAPÍTULO 41

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HELLHOUND

Cuando Malia sale del aula, fijo la mirada en el suelo. Sé que me está mirando la espalda, que está pensando en cómo de un chico como yo pudo salir aquel fuego imponente, y que además está deseando ver mi poder por su estúpida y temeraria curiosidad humana.

Sonrío sin poder evitarlo cuando me doy la vuelta, y aunque no me lleva mucho tiempo avanzar hasta sentarme sobre su mesa, lo hago con pasos lentos.

—Hablemos, profesora.—Pronuncio.—Creo que busca una nueva aventura en su monótona vida de doctrinante insatisfecha sexualmente, seguramente desde que usted se casó.—Miro la palma de mi mano extendida entre ambos y ella hace lo mismo.—¿Quiere ver lo que puedo hacer, profesora?

—No...—Su voz es asustadiza, y eso solo mejora la situación.—No creo que haga falta...De verdad, creo que...

Con un solo movimiento prendo una llama sobre la palma de mi mano, y cuando el calor que desprende se cuela en los huesos de la anciana, aprieta su mandíbula.

—¿Qué dijo antes?—Pregunto intentando hacer memoria.—Ella el agua, yo el fuego. ¿Incompatibles, tal vez?

Traga con fuerza cuando pronuncio las palabras de las que tan segura estaba antes.

—No incompatibles.—Comienza.—Un desafío para la naturaleza.

Mis ojos se clavan en los suyos con fiereza cuando sus palabras me azotan con frialdad.

—¿Usted qué sabe sobre esto, profesora?

Desvía la mirada hacia sus manos enlazadas, y luego sin poder evitarlo mira cómo apago de un solo movimiento la llama que entre nosotros estaba prendida.

—Muchos años investigando...—Comienza.—Estudiando casos mitológicos, desde que...

Se detiene, su corazón se acelera, y sé de repente que tiene algo más que contar.

—¿Desde qué?

Sus arrugados labios se hacen una línea tensa.

—Desde que mi marido se convirtió en licántropo.

Estiro mi cuello casi sin poder evitarlo, y aunque no es ético por mi parte, sonrío.

—¿Es por eso que entiende a la perfección lo que es ser atraída por lo prohibido?—Pregunto en un susurro enigmático.—¿Amar aquello que más temes?

—Éramos jóvenes, y nos acabábamos de casar.—Comienza.—Sabía que algo le pasaba, y en la primera luna llena, todo se descontroló.—Las lágrimas amenazan con salir de sus ojos.—Mi corazón le quería a él, no al monstruo en el que se convertía.

Sus palabras se incrustan por un momento en mi mente, y aunque juraría estar sintiendo cómo una extraña sensación me invade, vuelvo a mi estado normal cuando trago con fuerza.

—Ella te quiere a ti, no al perro del infierno.—Susurra.—Y cuando él está cerca, la pones en peligro.

Mi ceño se frunce con ligereza, y aunque mi mandíbula se mantiene apretada con fuerza, no dejo que vea lo mucho que me ha afectado que diga eso.

—Ha sido un placer, profesora.—Pronuncio en un murmuro ronco.—Espero poder ayudarla con esto.

Sus ojos se abren con ímpetu cuando me inclino hacia ella, con el corazón a punto de estallarle, la agarro por los hombros e ignoro los por favor que me suplica para que no lo haga. Lo que no sabe es que solo estoy ayudándola.

—Va a olvidar todo aquello que sabe de lo sobrenatural.—Pronuncio mirando fijamente sus ojos, encendiendo de vez las llamas de mis ojos que la mantienen hipnotizada.—Va a olvidarme a mí, lo que sabe de Malia, esta conversación y...—Me detengo por un instante, poniendo sobre una balanza los pros y los contras de hacer lo siguiente:—También olvidará lo que recuerda de su marido acerca de su licantropía.—Intento sonar determinante.—Tan solo le recordará como el hombre bueno que seguramente era.

Cuando las llamas de mis pupilas se apagan, sé que ha funcionado, y me separo de inmediato para dejar que la señora confundida mire a todas partes sin entender.

—¿Quién eres tú?—Pregunta con la voz agitada, pero aunque un poco acelerado el corazón, no del todo asustada.

Me levanto de la mesa y froto mis manos ardientes.

—Está en el instituto, profesora.—Espeto.—Hasta más ver.

Su boca se abre para decir algo, pero me doy la vuelta y no dejo que termine.

Cuando abro la puerta, su larga coleta negra es lo primero que veo.

Su delgada espalda se tensa bajo la fina camiseta de tirantes que porta, y aunque dudo en si hacer lo que mis impulsos me sugieren, termino haciéndolo.

El pasillo se ha llenado de gente, y aunque sé que ninguno se atreverá siquiera a mirar cómo abrazo a la chica de ojos azules, tardo en hacerlo.

Mis brazos se envuelven en su cuerpo, y la pego hacia mi torso como si no quisiese que se cayese, como si de esta forma pudiese tenerla para siempre conmigo.

Mis propios pensamientos me sorprenden, y aunque desde hace un tiempo que noto cambios en parte de mi anatomía, no creo posible volver a sentir como cuando era humano.

—Vámonos a casa.—Pronuncio con detenimiento.

Pongo mi mano en su espalda baja, solo porque temo que los gemelos anden entre estas personas desorientadas, y la guío hacia la salida con delicadeza.

Joder, pero sin dejar de pensar en aquello que la profesora dijo.

HELLHOUND | Libro I ¡YA A LA VENTA! ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora