CAPÍTULO 28

186 12 8
                                    

Sé que no le hace gracia que esté de nuevo aquí, metida en su coche, mientras él conduce a una escena en la que sé que no quería involucrarme desde el principio.

Sé que arde en deseos de dejarme en casa y marcharse él solo, dejarme a salvo y cumplir con la que era su misión en un principio. Pero también soy consciente de que no puede negarse a las peticiones del hombre que lo ordenó, por alguna razón que no quiso explicar, no puede.

Su semblante es serio y aunque sé que no debería de sentirme tan nerviosa como me estoy sintiendo, intento no mirarle demasiado. Solo de recordar lo que hace unas horas pasó aquí, lo que a punto estuvo de pasar, hace que mis piernas tiemblen con fuerza.

—¿Puedo hacerte una pregunta?—Pronuncio sin mirarle, manteniendo la mirada en el paisaje que se mueve con rapidez a través del cristal.

Tiene una sola mano en el volante, y aunque la otra la tiene sobre su barbilla como si estuviese pensando, me mira de reojo, siento su mirada en mi espalda ahora.

—Puedes.—Es lo único que dice.

Suspiro ligeramente.

—¿Qué pasaría si desobedecieses a Edgar?—Pregunto, incapaz de mantener mi curiosidad al margen de todo esto.

Su mandíbula se aprieta.

—Nada bueno.—Confiesa.

Frunzo el ceño.

—¿Podrías ser más específico?

Separa la mano de su barbilla y se peina el pelo.

—¿Para qué quieres saberlo?

—¿De verdad vamos a hacer esto?—Mi tono irritado es notable.—¿Contestaremos preguntas con preguntas?

Una sonrisa tira de la comisura de sus labios, pero la reprime totalmente, como intentando tomarse esto con la mayor seriedad posible.

—No quiero decírtelo.—Dice, y siento una ligera punzada en el estómago.—No tienes por qué saberlo.

—¿Te matarán?—Mi pregunta suena en un tono muy débil, casi con miedo.

Esta vez no reprime la sonrisa.

—Oh, cielo.—Comienza.—Yo ya estoy muerto.

Sus palabras, aunque eran más que esperadas, me escuecen un poco. Me dejan más bien un mal sabor de boca.

—Ya veo.—Digo intentando que no note que me ha afectado.—¿Qué puede ser peor que la muerte, entonces?

—Hay muchas cosas peores que la muerte, Malia.—Comienza.—Espero que nunca tengas que conocerlas, pero te digo por experiencia propia que sí las hay.

El nudo de mi garganta se aprieta cuando noto el dolor reflejarse en sus facciones, en sus ojos, esos que normalmente parecen no conocer ningún tipo de sentimiento.

Desvío la mirada, incapaz de indagar en ese tema que parece traerle dolorosos recuerdos al perro del infierno, e intento pensar en otra cosa con la que pueda cambiar el rumbo de la conversación.

—Te pediría que te quedases en el coche.—Pronuncia de pronto en un susurro ronco.—Pero sé que no me vas a hacer caso.

Frunzo el ceño con confusión.

—Estoy aquí para ayudarte, no para...

Una carcajada le asalta.

—¿Ayudarme?—Pregunta aun riendo.—Espero que sepas cómo matar vampiros, entonces.

Mi boca se aprieta. Odio que comente cosas así, que me haga sentir tan inútil cuando sabe que si quiero, puedo tocarlo y matarlo a él. Cuando sabe que si me lo propongo, puedo acabar con ellos como si nada.

HELLHOUND | Libro I ¡YA A LA VENTA! ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora