Prólogo

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La locura había nacido hace mucho tiempo, en ese entonces se entrometió a su cuerpo, quebró su mente y lo cambió para siempre, sin embargo, el hecho se mantenía en la sombra, lejos de todas las miradas, cerca de él, susurrando. Tal vez los demás lo habían olvidado, de eso estaba casi seguro, pero con él, se había adentrado hasta que se soldó a sus angustias, quería pararlas, aun así, la voz continuaba alentándolo.

El recuerdo nunca se había perdido en el inmenso mar de la memoria, estaba allí cada día y cada noche, martillando, desgarrando, partiendo, llevándolo a un inmenso abismo del cual ni la medicación lo podía salvar.

Y sufriendo dentro de sí como nunca antes lo había hecho, en una noche partida por esa cara grotesca que antes le parecía divertida, su mente cambió para siempre. Supo que la única forma de salir de allí y tratar de seguir adelante era mintiendo. Mintió a todos, hasta la anciana que le quería, pero que él detestaba tanto como a su abuela.

Salió de allí como un hombre dispuesto a recrearse, entró en la universidad y poco después comenzó a ejercer su profesión.

La gente hablaba, y sabía muy bien que ese chico delgaducho no era de fiar, lo veían desde lejos, algunos lo envidiaban, sin embargo, nadie sabía de dónde había salido, si había nacido en ese maldito lugar olvidado del resto del país, ese pueblucho aburrido que era Belltown. La gente que lo trató de niño hizo bien su trabajo, ahora él era un nuevo hombre, alguien inventado para sobrevivir a lo pasado.

Su mente nunca lo olvidó y él sabía muy bien que su mente estaba perdida. Pasó noches enteras tratando de conseguir un sentido a su existencia, fue un niño que nadie quiso, un niño maltratado y utilizado, un adolescente loco y encerrado, ahora era un hombre que trataba de lidiar con el dolor.

Quería ser libre.

Pero antes había que librar a los que más lo necesitaban.

En los años que siguieron, Belltown continuaba con su existencia plana, un lugar calmado como ninguno, con sus chismes y cuentos, claro está, como todos los pueblos del mundo. Aun así, el 2000 fue un año crucial, algunos todavía lo recordaban, otros, lo habían pasado como un hecho más en los gajes de la vida.

Algunos no lo superaron.

Sí, la locura había nacido hace mucho tiempo, se fortaleció en las noches de pensamiento, se acentuó en los estudios universitarios y ahora estaba a punto de estallar.

Fue en una noche fría donde la pesadilla nació. Forcejeaba al término de un callejón oscuro donde la lujuria dio paso a la ira y al pánico, un hombre agarraba del brazo a una chica, zarandeándola con fuerza mientras le gritaba cosas obscenas.

Él estaba parado bajo la penumbra, con su pistola en la cintura y un entusiasmo nervioso dentro. La voz se había intensificado, gritaba adentro de sí, le decía que hiciera algo, que le hiciera sentir dolor al maldito, ¿no ve lo que hace? Nadie debería golpearla, que importa donde trabaja, el muy neandertal no tenía la capacidad mental para aceptarlo, con alguien así ¿Qué más da si vive o muere?

Al final del callejón la mujer se arrastraba debido al golpe que recibió en la mejilla y que le había quitado la estabilidad, ahora su atacante trataba de desabrochar su cinturón con ímpetu, remojándose los labios en saliva y con la libido aumentando a cada momento. Con su fuerza logró voltearla, ella gritaba con todas sus fuerzas y lograba golpear lo que pudiera.

Él continuaba avanzando por el callejón, a paso lento pero decidido, con una pequeña sonrisa en el rostro, viendo a su presa con los ojos bien abiertos, con un leve temblor en el cuerpo que subía por su espalda, lo sentía, la emoción por cada parte, se sentía casi como un niño a las puertas de un circo. Pero también tenía ira y esta alimentaba la falla de su mente.

Los dos cuerpos continuaban forcejeando entre gritos y gemidos. La patada lo paró todo. Le había golpeado en el abdomen haciendo que el hombre se golpeara contra la pared contigua, la mujer se volteó y se arrastró un tramo, al final terminó recostada en la pared del callejón, abrazando sus rodillas y respirando rápidamente. El hombre se retorcía por el dolor, trataba de encontrar el aire ya perdido, se volvió iracundo, llevando su mano a la cadera para coger la navaja. Los dos extraños del callejón lo vieron y ambos sintieron miedo, la chica gritó, el hombre trató de controlarse.

Llevaba una máscara, pálida, con una nariz roja en forma de esfera y una sonrisa macabra ante el hecho que estaba a punto de hacer, miró a la chica, ladeó un poco la cabeza y con la mano enguantada le hizo seña para que se fuera, la chica salió como alma que lleva el diablo de ese callejón, ni le importó que su zapato derecho se le saliera y terminara quién sabe dónde.

―¡¿Qué putas te pasa? Ah, desquiciado ¿piensas que tu máscara de mariquita me da miedo?! ―espetó el hombre, mostrándose desafiante.

Él sacó la pistola de la cadera, la cargó emitiendo el sonido característico del metal y le apuntó.

Fue en ese momento que el hombre, Seamus Cormac, se dio cuenta de que su vida estaba a segundos de terminar y que la ira de un hombre que sufrió el infierno estaba a punto de salirse de control.

El disparo resonó en las paredes del callejón, ahuyentó a unas cuantas palomas y las ratas salieron chillando.

Se quitó la máscara, el corazón le latía fuertemente, podía sentir el pulso en la yema de sus dedos, su lado oscuro había probado la sangre y le encantó, se arrodilló a un lado del cuerpo, la sangre seguía manando del cuello, como si fuera una manguera y como si el líquido escarlata nunca se acabara. Olió ese olor característico de la sangre, metálico, combinado con la pólvora. Escuchaba como el líquido goteaba. Sentía como sus pantalones se empapaban y se calentaban un poco.

En ese momento no pudo culparlo por lo que hizo, era tan emocionante, era el sentirse vivo.

Cogió la navaja de su víctima e hizo una incisión donde entró la bala, adentró sus dedos en la garganta y la recobró. Utilizó su linterna para buscar el casquillo que había rebotado contra la pared y terminado a un metro y medio del cuerpo.

Guardó toda la evidencia que pudiera inculparlo, caminó tres calles más con la misma emoción, recordando el momento una y otra vez, pero luego ese viejo apareció de nuevo con su incesante movimiento, con el dolor.

Muchas personas lo habían estudiado, especulando que pasaba por su mente, pero ninguna puede decirte el momento exacto en el que su mente se bifurcó por completo, inteligencia y maldad convivían en un mismo cuerpo.

Esa misma noche, el hombre que pondría a Belltown y el condado a sus pies, hasta me atrevería a decir que toda la parte oeste del país, un monstruo que se quedó en las mentes de cada uno de los habitantes de esta condenada nación.

Es así como te invito a que sepas lo que realmente pasó y descubras quién era.

La pesadilla de BelltownDonde viven las historias. Descúbrelo ahora