3. Hasta siempre, hermosa dama

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Sussan se encontraba en una esquina de la celda, tratando de calmarse, pero sus intentos no daban frutos. De vez en cuando se sobresaltaba por la temible risa, ese sonido, esa carcajada, Giojojojojo. Se había grabado en lo más recóndito de su mente y en este punto empezaba a relacionarse con el miedo.

De repente se escuchó un ruido. La puerta se desplazó y entre la penumbra vio esos ojos verdes.

―¡Buenas noches! Hermosa señora ―dijo haciendo una respetuosa reverencia.

Sussan se abrazaba las piernas, con fuerza, allí sentada en el rincón, se notaba su inconformidad con la presencia del bufón.

El payaso se acercó a ella y se puso de cuclillas para tocarle el pelo a la asustada señora Grey. Ella, por su parte, apartó la cabeza.

―Tranquilízate no te golpearé como ese retrógrada, sabes, no me generas ni un ápice de interés, solo quiero venir a proponerte algo.

Su miedo pasó a ser rabia, haber mencionado a su esposo le recordó aquellas noches de conflicto donde actuaba de la misma manera, se refugiaba en un maldito rincón, a llorar, mientras recibía cada golpe y luego el infeliz trataba de hablarle dulcemente, como si fuera estúpida y aunque muy en el fondo lo era por seguir soportando la situación, hasta entonces la enojaba reconocerlo.

―Vamos, ambos sabemos que ya no quieres esto, quieres dejar de sufrir y por eso tus muñecas están llenas de líneas hechas por la carne, por eso escondes el alcohol donde solo tú sabes. Solo sigues viva porque no quieres que el niño este con él...

―¡CALLATE! ―espetó la mujer, al tiempo en que golpeaba al bufón en la cara.

―JA, crees que eso me duele, sabes, he sufrido tanto o más que tú y te aseguro que ni siquiera esto te duele a ti.

Sussan se quedó pensando, aunque era cierto lo que él había dicho, no quería reconocerlo.

―Vamos. Te prometo que lo cuidaré bien, no dejaré que nadie le haga daño, ni siquiera le gritaré. Te prometo que será feliz.

La señora Grey se puso a llorar, recordaba aquellas veces en las que Dylan en medio de sus borracheras le gritaba y le pegaba a Joffrey, lo hacía demasiado fuerte, le dejaba moretones que duraban meses en desaparecer y cuando ella intercedía en el regaño le pegaba peor a ella, en frente de él.

―Júralo ―dijo ella queriendo dejar atrás todo.

―Te lo juro, con mi vida ―respondió el payaso y luego sonrió.

Sussan emitió un sollozo y lo abrazó, con todas sus fuerzas, mientras seguía llorando.

―Déjame despedirme de él.

―Estas en todo tu derecho, hermosa dama. Sígueme ―Le tendió la mano y la paró.

Salieron de la celda y se dirigieron hasta donde se encontraba Joffrey. Abrieron la celda y lo vieron durmiendo, mientras sostenía en brazos a su oso de peluche, Sussan se acercó a él, se sentó en la cama y lo despertó con toda la dulzura que una madre puede dar.

―¿Mami? ¡Mami! ―dijo, dándole un fuerte abrazo.

La madre sonrió en medio de sus lágrimas.

―Mami ¿Por qué lloras? ¿papá volvió a emborracharse?

―No, no mi amor, es solo que tengo que irme, pero recuerda que yo siempre te amare.

―¿Irte? ¿A dónde?

―A un lugar al que solo podrás ir cuando tengas muchos, pero muchos años.

―Quiero ir contigo.

―No, mi amor, no puedes, si fueras conmigo me dolería mucho.

―¡No me dejes! No quiero estar con él, me pegará.

―Jamás te dejaría solo con alguien como tu padre, un... un amigo te cuidará y te amará como yo te amo.

―¿Quién?

―Yo ―respondió el payaso, con una gran sonrisa.

―Él me da miedo, mami.

―No tengas miedo de gente como él, él te cuidará, te aseguro que te hará reír demasiado, porque eso es un payaso, alegra a los niños y hace felices a sus padres.

―Hazle caso a tu madre, puesto que ellas nunca se equivocan, además nos divertiremos mucho, saldremos a jugar, pasearemos por la ciudad, vamos, te daré helados y chocolate.

Joffrey sonrió, la posibilidad de jugar y pasear con alguien lo alegraba, ya que su padre nunca hacía eso, solo decía que estaba demasiado cansado, que tenía mucho trabajo. Y cuando por fin tenía tiempo libre, lo dejaba para ir a algún bar de la ciudad.

―Ves que él no es malo, ahora duérmete, ya me tengo que ir.

Joffrey la volvió a abrazar.

―Te amo, mami ―Le dio un beso y se volvió a acostar.

―Vamos ―dijo ella.

El payaso tenía los ojos llenos de lágrimas y una de ella pasó por su mejilla.

―Si tú lo quieres.

Los dos salieron, caminaron por un rato, hasta alejarse lo suficiente de la habitación del niño.

―¿Estás lista?

―Sí... Hazlo rápido.

―Te prometo que así será, ya has sufrido demasiado. Hasta siempre, hermosa dama.

Después se escuchó un gran estruendo que se esfumó rápidamente, así como la vida de Sussan.

El payaso comenzó a llorar, ella había sufrido demasiado, y aunque él lo había hecho más, nadie estaba allí para hacerle el mismo favor. Su cabeza volvía a divagar y las voces volvían a decir mensajes de odio hacia aquellos que hacen sufrir a los otros. Él en su desesperación se agarraba la cabeza y se golpeaba contra la fría pared.

―Paren, PAREN, DEJENME EN PAZ.

Después de un tiempo así, al final se rindió y dejó que el odio lo dominara todo, comenzó a sonreír y al final volvió a reír como siempre lo hacía una vez que la oscuridad lo dominaba.

GIOJOJOJOJOJOJO.

La pesadilla de BelltownDonde viven las historias. Descúbrelo ahora