15. ¿Qué está pasando?

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―Aquí tiene lo que me pidió, señor ―dijo Stephen, entregando las carpetas llenas de nuevos papeles.

―Muy bien señor Black, ¿también están aquí los documentos del señor Bolton?

―Tal como los pidió, la mayor información posible de su vida.

Stephen sintió como el frío corría por su espalda, lo estaba racionando, lo estaba acorralando aún más.

―Excelente. Ven, necesito que hagas algo ―Alex buscó en un cajón, sacó un sobre y se lo pasó― Lleva esto al psiquiátrico.

―¿Qué es?

―Es una orden, para mejorar la vigilancia de William.

―¿Porqué?

―Ayer volvió a tener un ataque psicótico, tenemos que hacer algo por su bien.

―Sí, solo importa su bien ―"puto" dijo en sus adentros, como si le creyera ese cuentecito, ¿Qué quieres Alex? ¿Matarlo?, ¿encerrarlo?―. Adiós.

Stephen tuvo que encerrarse en su oficina, ¿lo haría? ¿Condenaría a su amigo? "tenemos que hacer todo por el caso" pensó. ¿Sería capaz de sobrepasar a su amigo, solo por el caso? No sabía qué hacer, ¿su amigo o el caso?

―Decido los dos.

Eran las tres de la tarde cuando Stephen Black llegó al psiquiátrico, la mano que sostenía el sobre temblaba, "puedes hacerlo" se dijo, "vamos puedes hacerlo" reafirmó. Pasó las puertas dobles y habló con la amable secretaria con uniforme rosado. Y así, luego de un tiempo, terminó sentado en esa habitación, fría y tétrica, con solo una mesa y dos sillas, y la aburrida puerta gris se abrió, para mostrarle lo peor.

William Bolton se tendía en los brazos de un guardia, sin poder sostenerse por sí mismo, con la mirada perdida y movimientos lentos. El guardia le ayudó a sentarse en frente del psicólogo y el solo hecho de sostener su torso, para William, ya era un reto.

―¿Qué le dieron? ―preguntó.

―Tranquilizantes, desde que vino tu amigo ha estado muy inquieto, se estaba haciendo daño. Pero el efecto pasará dentro de poco.

―¿Mi amigo?

―Creo que fueron dos, un policía y un detective.

―¿Un detective? ―dijo, "tuvo un ataque psicótico o se lo provocaste tú, eh Alex"― Bueno gracias.

El guardia salió de la habitación.

―Hola, William.

―Ho-ho-hola ―tartamudeó. Jugaba con sus dedos como si fuera un niño.

―William, me entiendes ¿cierto?

―S-s-si u-u-un po-po-poco.

―Escúchame William, desde lo más profundo de mi ser, perdóname por hacerte esto, pero el dolor nos forma y tu olvidaste tu dolor, te volviste débil. Quiero que seas fuerte, que te superes, porque yo no puedo.

―De-de que e-e-estas habla-habla-hablando.

―En mis manos tengo una orden que te confinará aquí, quien sabe por cuánto tiempo, pero escúchame, no es del todo malo, y Alex no lo sabe. ―Stephen le acercó un artículo a William.

―¿Qué es es-esto?

―Estas volviendo. Mira este articulo muestra a un sobreviviente de un secuestro en el 2000, el chico estaba tan mal que terminó aquí, su nombre, Damien. Trata de buscar más sobre él y William, no confíes en nadie, menos en Alexander, creo que sientes lo mismo que yo, está desviando la investigación, tu y yo sabemos que va en sentido contrario.

―¿Alexander? ¿Quién es él?

―El señor de ojos verdes.

William sintió miedo, ¿qué estaba pasando fuera? ¿no confiar en nadie? Las cosas se estaban entretejiendo demasiado.

―Recuerda, busca sobre él y yo me encargaré de sacarte.

Se sentía triste, tenía que volver esa habitación, a ese salón con gente extraña, tenía de vivir la vida de un loco hasta quien sabe cuándo.

―Adiós William ―dijo y salió de la habitación.

William cogió el papel, lo guardó, tocó la puerta y con el guardia siguiéndole el paso, volvió a su habitación, se tiró en la cama y allí se quedó viendo la pared, sin siquiera pensar, solo parpadeando cuando sentía la necesidad.

Mientras, Stephen le entregaba la orden al director del psiquiátrico y así la trampa se cerraba por completo.

Después de eso se dio la orden de cambiar la medicación del señor Bolton, ahora estaría más controlado que antes, ahora su brillo se apagaría un poco.

Al día siguiente en el salón mientras luchaba por concentrarse en leer el artículo que le habían pasado, Inés le habló.

―¿Qué hace nuestro detective?

―Humm, nada.

―¿Cómo que nada? ¿Qué lees?

―Un artículo de un periódico viejo.

―Ya veo, es parte de tu fantástico caso, ¿cierto?

―Algo.

―¿Qué te pasa?

―¿Por qué?

―No lo sé, estas diferente.

Entonces las lágrimas comenzaron a salir.

―No, no, no llores ―dijo Inés, abrazándolo―, no estés triste, porque aquí, estar triste es como darle en un plato de oro tu alma al diablo. ¿Entiendes? Se fuerte, muéstrate fuerte. La tristeza es el enemigo y ¿Qué se hace con el enemigo? Se le vence.

Así William continuó llorando, en el hombro de Inés, tratando de recobrar fuerzas, tratando de volver al juego como nunca antes. Si el enemigo lo quería débil, lo logró, pero ahora William se lo pondría difícil.

La pesadilla de BelltownDonde viven las historias. Descúbrelo ahora