1. ¿Quién eres?

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―¡William! ¡WILLIAM! ¡vamos corre, no te quedes allí! ―Eso fue lo que le dijo la oscura silueta de sus sueños.

Despertó varias horas después en la cama de un hospital y mientras volvía de la oscuridad las personas se acercaron a su lado. Lo primero que pudo sentir fueron los cálidos y amorosos labios de Emily. Aunque el amor que le otorgaba era bastante y debería hacerlo feliz, en ese momento comenzó a sentirse raro, como si todo lo que sentía era una ventisca que provocaba frio y lo seguiría provocando, aunque se estuviera quemando. Ciertamente fue como él lo dijo, ya no era el mismo. Esto apenas había comenzado.

En la habitación se encontraban sus amigos, su novia y alguien más. Emily, Daniel y Stephen se hallaban rodeando la cama, Daniel trataba de explicar todo lo ocurrido a los demás, llenando de eufemismos el relato para que Emily no estallara en pánico.

Recostado en la puerta, estaba él, con su corbata roja a rayas, sus pantalones negros y sus zapatos terminados en punta. Veía su reloj con impaciencia, se notaba a leguas que no quería estar allí, que solo había ido para complacer a los demás, sin embargo, se estaba dando cuenta que fue una mala opción.

Se acercó a la cama y extendió la mano, William la estrechó y luego de un pequeño rato en silencio él dijo:

―Me alegra que estés bien.

Sus ojos y los de William se encontraron, entonces William pudo ver en esos fríos y oscuros ojos cafés, el desagrado que le provocaba decir eso.

Kevin se arregló la chaqueta del traje y salió rápidamente de la habitación. Sus amigos vieron toda la escena en silencio y luego un ambiente de incomodidad se extendió por toda la habitación.

Sus amigos y novia se quedaron un largo rato, hablaron gran parte de este y cuando el silencio incómodo se apoderaba del ambiente, hacían lo posible por seguir hablando de otro tema. Emily se acercó aún más a ellos y a lo último parecían que fueran amigos desde su infancia.

Bolton se sentía distante, parecía que estaba viendo todo sin estar allí, pero los veía hablar y reírse, veía toda su felicidad y de cierto modo eso lo abrigó un poco. En ese momento se dio cuenta de cuan maravillosos eran ellos y anheló con todas sus fuerzas que, de ahora en adelante no les ocurriera nada.

La tarde avanzó y pronto se iría, el doctor llegó y les dijo que tenían que irse, ellos acataron la orden y el calor se fue con ellos dejando la duda y el vacío en la mente de William. Miró atentamente toda la habitación y los aparatos que mostraban su estado de salud. Él odiaba los hospitales, los odiaba con todo su corazón, los hospitales son sinónimos de desgracia y dolor.

Eso era lo único que él ha sentido en los hospitales. A los 9 años vio cómo los médicos trataban de salvar a su madre. Ella había entrado en depresión y llegó a tal punto que atentó contra sí misma, se abrió los antebrazos verticalmente. Los médicos hicieron todo lo posible, pero, murió.

Desde eso su padre no era el mismo, parecía que también quería morir, pero no se mataba porque aún estaba ligado a William, como podía dejar a un niño solo, después de todo lo que pasó. Su tristeza lo mantuvo enfermo, lo deterioraba poco a poco, y lo único que le quitaba la tristeza (momentáneamente) era el cigarrillo, que a la larga terminó por llevarlo hacia un cáncer. Su cuerpo se comió a sí mismo, y al final, dejó de sufrir.

William observó como la quimioterapia lo destruía y como su cuerpo adelgazó tanto que la piel se amoldaba perfectamente a los huesos. Fue él el que vio como cerraba los ojos y como el indicador comenzaba a sonar, como esa línea cruzaba toda la pantalla.

¿Evan?, ¿Quién eres?, ¿Por qué me atormentas tanto? Pensaba William mientras el sueño lo encaminaba otra vez a la oscuridad donde dos niños corren desesperadamente en busca de libertad, sin embargo, todo se ha olvidado y él no puede reconocerlo.

La pesadilla de BelltownDonde viven las historias. Descúbrelo ahora