23. Sangre

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Tuvo que pasar una hora para que Alexander volviera a recobrar la razón, luego de eso dudó mucho en abrir la carta, pero tuvo que hacerlo, sentía que eso le daría la pista para solucionarlo todo, para liberarlos. Así que la abrió y leyó lentamente lo que decía, con el miedo de encontrar algo demasiado fuerte para él.

Cordial saludo

Siento tomar esto de forma personal, siento salirme de mis esquemas, pero cuando un hombre espera algo, hará todo lo posible por lograrlo, ese es el principio de nuestra naturaleza, los fuertes persisten, la mejora constante, perpetua, no diré que no seas excepcional señor Reed, ha resuelto los más truculentos casos, pero este caso no le pertenece, usted no es el elegido para terminarlo y ha llegado muy lejos, ha encarcelado a mi elegido, por ende le pido cortésmente que lo libere, que le devuelva el poder, usted no pertenece aquí y si sigue metiendo las narices en este asunto, ellos pagaran. Creo que a estas alturas ya sabe lo que le he hecho a uno de ellos, sino, abra la caja.

Entonces si los quiere devuelta, solo tiene que seguir dos órdenes, sacar a William Bolton del psiquiátrico e irse lo más lejos que pueda, si no me molesta le aseguro que no lo molestaré.

Atentamente

D.

Alexander sostenía la carta fuertemente, por la furia la daño. "Puto payaso asqueroso" pensó, en ese momento su furia quemaba todo, se había comportado como un niño, lloriqueando por lo que le habían quitado, por dos estúpidos que se acercaron demasiado a la boca del lobo. Había llegado a ese pueblo para atrapar al asesino, para culminar su carrera con un caso mediático, no para seguir a un asesino como su perro faldero, "a veces algunos tienen que morir" pensó, y luego su mente le devolvió la imagen de esas niñas, no sabía si podía soportar más imágenes como esas, pero eran por un bien mayor. No se dejaría llevar por las órdenes del mal, seguiría fuerte.

Y, por ende, William Bolton seguiría en el psiquiátrico.

En las afueras de la ciudad, un auto se aproximaba a esa cima y su conductor sabía muy bien lo que iba a hacer, la sangre y la risa dominarían las instalaciones del antiguo psiquiátrico, esa noche, su felicidad volvería. El payaso sabía muy bien que alguien como Alexander necesitaba un impulso, ese investigador no era un William Bolton indefenso, era alguien formado por los ataques de la experiencia, era de acero y el acero, para moldearlo, hay que calentarlo primero. Él sabía muy bien que con lo que había pasado en esa habitación no era suficiente, ni siquiera con el dedo, por ello, había decidido algo distinto, utilizar su ventaja, mostrarle al público que realmente su payaso está libre.

Así el asesino abrió el gran portón sonriendo y fue caminando directamente hasta la zona de las celdas, caminaba lentamente, disfrutando el viento, el viaje, ideando en su mente lo que estaba a punto de hacer.

Una vez en la zona de celdas, cogió una silla y se sentó justo en frente de las dos celdas que contenían a los nuevos visitantes.

―Me temo que su adorado jefe no hará nada por ustedes ―sentenció.

―¿Qué sabes tú sobre eso? ―preguntó Eddie.

―Intuición ―espetó el asesino.

―¿Y crees que eso te da la respuesta? ―dijo Eddie.

―Tal y como lo expresó tu jefe, la intuición a veces da las respuestas correctas. Así que, es hora de divertirse, ¿Quién de ustedes vendrá primero? ―Se acercó a los barrotes de la celda de Eddie― ¿Tu? O... ―Se acercó a la celda de Curtis― ¿Tu?

Curtis se encontraba en una esquina de la celda, abrazando su mano, ahora mutilada, le dolía como un demonio, así moviéndose por el dolor, susurraba por lo bajo.

La pesadilla de BelltownDonde viven las historias. Descúbrelo ahora