4. Aún sigo aquí

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Poco sabia William donde iría a parar todo esto, pero trató de dar lo mejor que pudo, todo el tiempo en el que su mente lo dejara libre y no le mostrara el incipiente futuro que destinaban las palabras de Kevin Brooks, se sentía en un cuarto oscuro mientras lanzaba manotazos delante de él y el asesino se reia desde lo lejos. Se estaba yendo, se recordaba cada noche. Entonces la obsesión y la ansiedad se juntaron para dañar de apoco su mente, y el silencio de esos días lo empeoraba todo.

En uno de sus peores días se decidió volver a la escena del crimen, no sabía que estaba haciendo, pero sentía que le ayudaría en algo. Bajo el sol ardiente de finales de julio, sudando a causa del miedo que tenía su cuerpo y empeorado por el ambiente, su traje notaba el sudor, cruzó la cinta amarilla que comenzaba a desteñirse, sus pasos hacían ruido en aquel lugar lejano. Miró la fosa y se quedó parado por lo que pareció una eternidad, a veces el niño volvía a materializarse, luego pudo escuchar ruidos, y el dolor de cabeza llegó, se percató de que le temblaban las manos. Alzó la vista y vio que pronto se ocultaría el sol, las nubes ya se tornaban naranjas.

Lo vio.

Pero en ese momento no era más que un pedazo de hormigón anacrónico a Belltown, incluso a lo lejos se podía ver como la naturaleza lo reclamaba para convertirlo en otra parte del bosque, una remanencia de un pasado tortuoso, trató de ver la ventana principal, pero no pudo ver los pies que decían que podían verse.

Se volvió, llenó sus pulmones de aire limpio con los olores de la naturaleza, los grillos comenzaban a cantar y él volvió a llorar. "Te quedas aquí todo el maldito día, ves, no haces nada" le culpó su mente, "aquí, aquí" se recordó empuñando las manos e hiriéndose con las uñas.

Luego las cosas lo superaron. "no lo lograrás". Se tiró de espaldas al suelo, sintió como el golpe daba al mismo tiempo en toda su espalda, haciendo que su tórax actuara como una caja de resonancia para su exhalación cortada. Extendió los brazos mientras que las lágrimas caían de a poco por los costados de su cara.

Mientras que el cielo se oscurecía.

Tal como su vida.

Cuando miras tu vida no sabes con certeza que comenzó todo, aun así, William diría que este fue el momento en que la primera pieza de dominó cayó para llevarse las otras cada vez más rápido.

El huracán había entrado en la costa, y contra todo movimiento natural se quedó allí, esperando que el miedo se extendiera para atacar con todo lo que tenía. Exactamente dos meses. Dos meses para que la cordura de William se fuera debilitando y darle una apertura, para mostrarse tal como era.

Sus esperanzas se fueron con el primer mes, se sentía derrotado, vencido y apaleado, lloró tanto esas semanas que ni siquiera la presencia de Emily podía apaciguar lo que sufría.

Entonces descendió un nuevo escalón hacia la oscuridad.

―Uno de estos es como el cielo ―dijo Daniel viendo su copa a medio llenar de licor―, no me malentiendas, no soy alcohólico, pero a veces reconforta.

No dijo nada, vio su trago y teniendo en cuenta todo lo que le había pasado en esos días, pensó "no puedes tener más razón, Daniel".

William Bolton no fue un amante de la bebida, pero cuando los hombres se quiebran, buscan algo que los saque de donde están, por lo menos en sus pensamientos y dado que el pensar era lo que más acuchillaba a William, prefería entregarse a ideas atontadas por el licor.

Aunque, al principio tenía sus dudas, entonces entró en el despacho de la persona que le había tendido su mano el primer día. Trató de contarle de la manera más coherente que pudo, todo lo que había pasado o más bien todo lo que había pensado.

―Fue mi culpa y deje que el desgraciado se esfumara ―dijo en medio de lágrimas.

Stephen lo veía desde el otro lado del escritorio con ojos fríos, con las manos entrelazadas y sin mostrar gesto alguno mas que uno calculador.

―No deberías pensar eso William, es estúpido, no es tu culpa ―espetó con su voz profunda, aunque se notaban los esfuerzos para que sonara amigable.

―Pero... ―sollozó.

―William, créeme, necesitas descansar un poco. Busca algo que te saque de aquí. Sal con Emily, ve con tu nuevo amigo, ¡distráete! Eso te ayudará. Sobre todo, mantente en el presente, deja de conjeturar cosas que tú no sabes y deja de culparte por cosas que se salen de tus manos, ¿sí? ―Se quedó esperando la respuesta, pero William solo veía la madera del escritorio― por lo menos prométeme que lo intentarás.

El consejo no era diferente al que le habían dado hace años en el departamento de psicología de su universidad, cuando los exámenes lo saturaban y los pensamientos volaban.

Aun así, lo intentó.

Y pasó la mejor semana en meses con Emily, a veces un mantel sobre el pasto y un poco de comida bajo el cielo, mientras el calor se atenuaba, era lo más feliz que podía pasar. Y las cenas en restaurantes un poco más caros que ahora se podía costear con su nuevo sueldo. Y las idas a cine en las que poco se veía la película. Su relación se había convertido en una imitación del pasional amor adolescente, que los revitalizó y le dio la mayor felicidad en días.

La vida a veces se comporta como una montaña rusa, William había subido a los dominios de la felicidad en las alturas y ahora no le quedaba más que un horrible descenso a los peores recovecos de su mente.

...

La locura volvió a desbocarse la noche del primero de septiembre, lo vio en la barra del bar al que solía ir y una vez lo identificó se sentó en una mesa cerca a esperar a que saliera, se quedó toda la noche, cuando el dueño del local les dijo a los dos que salieran, él se levantó y se acomodó la gabardina, se volvió a poner el sombrero y salió del bar.

Con Dylan Grey fue otro asunto, estaba tan borracho que se reusaba a salir del local, el encargado tuvo que hacer todo lo posible por hacerlo salir, hasta que se hartó y sacó la escopeta que guardaba en el almacén, el hombre al ver el arma optó por salir antes de que hubiera más problemas.

Se tambaleaba a cada paso. En cuanto salió, una figura comenzó a perseguirlo de cerca con su auto. Dylan tenía problemas para saber dónde iría su próximo paso para no estamparse de cara al suelo, por lo que no escuchó que una maquina lo seguía.

Cuando llegó a la casa, intentando insertar las llaves en la cerradura un trapo en sus vías respiratorias se lo llevó rápidamente a los dominios de Morfeo. Él hombre cogió las llaves de la casa con sus manos enguantadas, y estaba listo para disfrutar la sensación otra vez, para liberar y castigar.

Una vez dentro pensó: "aun no me he ido de sus dominios agente Bolton, preparo una gran fiesta para usted". Y mostró una gran sonrisa mientras sus ojos verdes se acoplaban a la oscuridad.

Ahora Dylan, Sussan y el pequeño Joffrey habían caído en las manos de un siniestro payaso.

La pesadilla de BelltownDonde viven las historias. Descúbrelo ahora