24. Salida

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A la mañana siguiente, el departamento de investigación era escenario del terror. En la fachada, colgando de sus manos, tratando de imitar la pose del mesías cristiano, se encontraba el cuerpo de Curtis Parker, pálido, grotesco, con su dedo amputado y los moratones en su cuerpo sin color, algunos verdes, otros amarillos. Miraba el cielo, con ojos desorbitados a punto de salirse de sus cuencas. Con el cuello a punto de separarse por completo, donde los gusanos ya comenzaban a regodearse en la blanda carne, y como conjunto tenía el disfraz de payaso puesto, ya casi negro por la sangre. Debajo del cuerpo, en la pared, escrito con sangre, rezaba:

"Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen".

Allí en medio de la muchedumbre, en medio de los periodistas curiosos, se encontraba Alexander, inmóvil, viendo atentamente el cuerpo de su compañero. Entró en el departamento.

Los demás investigadores enfrascados en el caso se encargaron del cuerpo, y de todo lo que la escena del crimen requería, fotografías, muestras, todo lo que diera un indicio de la persona detrás de todo. Y así, dentro del traje encontraron una carta amarrada a una cinta, los investigadores la guardaron y le notificaron al jefe.

―Eso es todo lo que hay Alexander ―dijo Kevin, sentado al otro lado del escritorio―, los resultados de las muestras demoraran, así que apáñatelas con eso.

―Gracias, señor Brooks, ¿algo más?

―De corazón, Alexander ―expresó mientras se levantaba―, regrese de donde vino, creo que ya vio que no puede con lo que esto significa, esta viejo, vaya y descanse.

―Kevin, me odio por darle la razón, pero no puedo irme de aquí sin mi amigo, así que tendrás que soportarme un rato más ―Salió dando un portazo.

Alexander se volvió hacia su escritorio, descargó todo su peso en la silla, se tocó el tabique tratando de concentrarse y cuando abrió los ojos vio la carta. Buscó los lentes y, con miedo, la abrió.

Cordial saludo

Lo ves Alexander, soy un hombre de palabra, ¿lo serás tú? ¿O tendré que mostrarte el cuerpo de tu amigo? Decide Alexander, te quedas sin tiempo.

Libéralo y todo acabará para ti.

Atentamente

D.

Si bien era cierto que quería mantener su posición, no podía soportarlo, no soportaría ver a Eddie así.

Recordaba ese momento, cuando supo que era alguien que valía la pena tener al lado.

―Vamos, cálmate. No es tu culpa Alex. Lo encontramos, por lo menos hicimos justicia ―dijo Eddie.

Alexander Reed había pasado por la histeria luego de ese caso, lo había encontrado sí, pero a qué costo, ella había muerto y aun en sueños seguía persiguiéndolo.

―Vamos Alexander, déjate de juegos, deja de culparte cuando no hiciste más que ayudar.

Puede que hayan pasado años sin que se hablaran, pero fue él que le ayudó a continuar en ese mundo tan cruel y frío. ¿Cómo podía él quedarse de brazos cruzados cuando posiblemente lo estaban descuartizando? La imagen le hizo doler la cabeza e hizo aparecer las lágrimas.

No podía dejar a su amigo solo. Eso estaba claro.

Entonces redactó la carta.

William Bolton, luego de despedirse de Inés, salía renovado del psiquiátrico Ashford, sin gusto para la bebida y lleno de información para el contrataque, cosa que no se hizo esperar.

Pasó el resto del día en su casa, reorganizando el desastre que habían hecho los investigadores de Alexander, reorganizando sus ideas.

Y, contra todo pronóstico, alguien toco la puerta, alguien que no había visto hace semanas. Al abrir la puerta la vío, tan hermosa como siempre, con un simple vestido azul y el cabello suelto, aun así, las cosas habían cambiado.

La pesadilla de BelltownDonde viven las historias. Descúbrelo ahora