4. Demasiado tarde

1 0 0
                                    

Los días avanzaban y con ello la tensión se elevaba más y más, esperando la nueva jugada del asesino. Los investigadores trataban, hasta con las uñas, de encaminar la investigación a un ritmo más acelerado, no podían dejar que el asesino les tomara la ventaja.

Todo avanzaba a un gran ritmo. Todo menos las acciones de William. Sus compañeros seguían discriminándolo deliberadamente, prácticamente no hacía nada por la investigación desde que descubrió la conexión entre las víctimas. Su rutina se había vuelto más aburrida de lo que era, llegaba al trabajo y allí iba sin descanso de allá para acá, tratando de buscar algo en lo que ocuparse, sin embargo, todos le decían que estaban bien y que no necesitaban su ayuda, a la larga hasta Stephen se unió a ese grupo. Luego de un rato se cansaba y decidía quedarse en su oficina, luchando contra el deseo de dormir.

Quería hacer algo, quería ayudar y no podía hacer nada. Hasta que se decantó por ayudar en otros casos. Casos que no tenían mayor misterio, que la mayoría ya se había hallado al delincuente y lo único que quedaba por hacer era el papeleo.

Al final, terminaba saliendo más temprano que los demás para no tener que encontrarse con ellos diciendo que era mejor que se fuera con alguien y que ellos se ofrecían a llevarlo.

En estos momentos todo comenzaba a hartarlo, hasta el punto de que ya nada le importaba.

En esos días, se sentía el gran impacto que tuvo el movimiento del asesino en él. ¿Lo había vencido ya? Para William ya no había caso en seguir jugando.

Siempre que salía de su trabajo salía para el bar en el que antes se encontraba con Daniel.

―Oye Robb, dame uno doble para empezar ―exclamó en medio de su tristeza.

―¿Estás seguro William? No tienes que trabajar mañana.

―¡y a quien le importa Robb! Da igual ―espetó.

―Bien. Aquí tienes ―dijo Robb pasándole la copa.

―¡Salud, Robb!

Así bebía el primero de la noche, quien sabe cuántos se tomaba, pero, tenía que distraerse ¿cierto? Eso fue lo que le dijo Stephen.

Allí se quedaba, solo, bebiendo cada vez más con el pasar de los días, no le importaba la resaca que tuviera al día siguiente, al fin y al cabo, el trabajo que hacía era mínimo.

Y así fue como William Bolton, fue internándose cada vez más en el alcoholismo.

El payaso había ganado, había llegado de la nada y arrasó todo con la fuerza de un tornado, destrozó su trabajo, su mente y ahora se desarrollaba la destrucción de su noviazgo.

Emily se había puesto histérica, la fuerza del tornado la había alcanzado, y la estaba destrozando por dentro.

―¡NO PUEDES SEGUIR ASÍ WILLIAM! ―Gritó Emily― No puedes y yo tampoco.

―Pero... Emily, querida ―dijo él, mientras trataba de cogerle los brazos.

―SUELTAME, William, enserio, yo he... he soportado todo. El miedo que tenías sobre este trabajo, las veces que te despertabas como loco, incluso las veces que parecías catatónico. Tu sabes muy bien que he sido un punto de apoyo para ti, he estado ahí en las buenas y en las malas, pe... pero ―y desde aquí comenzó a llorar―, no puedo soportar que estés volviéndote así, no puedo soportar al William alcohólico.

» Te amo, pero no puedo seguir con esto, William, creo que necesitas recuperarte, necesitas ayuda que no te puedo dar...

La sentencia se selló con el silencio. William no sabía qué hacer, de repente parecía que todo lo que estuviera en su pecho desapareciera y en cambio dejara la fría y despiadada oscuridad.

La pesadilla de BelltownDonde viven las historias. Descúbrelo ahora