12. Encerrado

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William Bolton se había pasado el ultimo día durmiendo y ese día había sido magnifico, por una vez ese loco no estaba en ellos y mucho menos aquel niño. Se despertó sin importarle nada. ¿Para qué me desperté? Se preguntó, su vida ya no tenía sentido.

Veía el cielo raso en silencio, aquel cielo blanco que había visto los últimos días, un cielo tan raro para él. Se sentó sobre la cama con desgano, no tenía la fuerza para vivir, si tan solo tuviera un trago para tranquilizarse. El payaso se lo había llevado todo, su mundo, su carrera, su amor; su cordura. Volvió a tirarse en la cama y comenzó a llorar. ¿Y ahora qué? Suspiró. Nada, absolutamente nada, eso es lo que haría, ahora estaba seguro allí, nada lo tocaría.

Pero esa seguridad no acogía a sus amigos.

Aun así, con el peligro inminente, esa idea no estaba en su cabeza, de hecho, no tenía nada en su mente, solo se mantenía allí, respirando y parpadeando de vez en cuando, mientras veía atentamente la pared en frente de su cama, a la vez que todo pasaba como si él no estuviera allí.

Y manteniendo aquel estado, el sueño volvió a él.

Se despertó varias horas después, cuando el guardia golpeaba la puerta para hacerle saber que era hora de la comida y de los medicamentos.

―Vamos come, debes de estar muriéndote de hambre luego de dormir tanto.

―¿Cuánto he dormido?

―Cerca de 30 horas.

―¿QUÉ?

―Al parecer tienes un sueño pesado.

―¿Dónde estoy?

―No lo sabes, estas en el psiquiátrico Ashford, eres nuestro nuevo paciente y por eso te tienes que tomar los medicamentos, hazlo y podrás salir al patio.

―¿Para qué son?

―Mientras menos sepas serás más feliz ―dijo y se fue.

William se levantó de la cama, cogió en plato y el pequeño recipiente de plástico con dos capsulas azules y el vaso de agua. Se comió todo rápidamente y luego de dejar el plato a un lado se enfrentó a la decisión de tomarse las pastillas, ¿qué estaba a punto de tragar? ¿Veneno? ¿Calmantes? Se llevó vario tiempo pensando que sería, pero al final no le importó, al fin y al cabo ¿qué le quedaba? se tragó las pastillas, las paso con un poco de agua y llamó a la puerta.

El guardia volvió y una vez que se aseguró de que el paciente Bolton se había tomado sus medicamentos, lo dejo salir.

Caminaba lentamente, los medicamentos lo habían atontado, sus pies avanzaban torpemente por las pulcras baldosas de aquel camino de sufrimiento, a lado y lado había celdas y gente loca, gente que había dejado la realidad hace mucho, gente que reía de tal modo que a William se le helaban los huesos. Estaba atontado, sí, pero no tanto como aquellas noches, como aquella noche.

William recordó esas palabras.

"Te amo, pero no puedo seguir con esto, William, creo que necesitas recuperarte, necesitas ayuda que no te puedo dar..."

Y las lágrimas cayeron por sus mejillas, ahora no era más que un loco, encarcelado y solo, aun así, si le preguntaran cómo estaba, la respuesta mecánica siempre salía, estaba bien.

Llegaron al salón central, un salón grande, con dos grandes ventanas a los lados, ventanas con barrotes por fuera, por supuesto, y al final del salón se mecía plácidamente el péndulo del reloj, mientras el tic-tac se oía en toda la habitación, mientras el sonido de los dados le acompañaba.

―Bien, hora de divertirse señor Bolton ―dijo el guardia, volviendo a su puesto.

William avanzaba por la sala, cada detalle le daba miedo, se sentía en una película de terror, y se sintió, cuando el paciente escuálido que estaba sentado en una esquina comenzó a reír estridentemente. Una señora se movía como si bailara con alguien en medio del salón, otro, sentado en un sofá se golpeaba con las manos la cabeza y emitía un sonido de satisfacción, más adelante, un hombre al lado de la ventana se regañaba a sí mismo y al tiempo se sentía agobiado por el regaño. La locura impregnaba este lugar de cabo a rabo.

―Ven acá muchacho ―dijo una señora, pasando su brazo por el codo de William― Ser nuevo aquí asusta.

El agente no sabía qué hacer, ¿debería seguirla?

―No eres de muchas palabras, ¡eh muchacho! Vamos, yo no muerdo.

William termino por seguirla, fueron a la mitad del salón y se entraron alrededor de una pequeña mesa circular, donde había un pequeño tablero de parqués.

―¿Juegas?

―Humm... no.

―Cálmate, sé que parece el infierno, pero no lo es ―William no contestó―. Créeme.

―Es difícil creerlo.

―Pues para mí el infierno está afuera, con ese payaso, diría que es un loco, pero desde mi posición, él es más que eso. Entonces dime, ¿Por qué estás aquí?

―No lo sé.

―¿Cómo que no lo sabes? ¿No estuviste con uno de los loqueros?

―No, pero creo que fue por él.

―¿Homosexualidad?

―¡No! No, no. Por el payaso, ese era mi caso.

―Vaya ―la señora cambio de actitud, se puso tensa.

―¿Y usted porque está aquí? No parece... bueno. Como los demás ―dijo mirando el entorno.

―Las personas pueden ocultar sus infiernos, muchacho, pero cosecharlos dentro es darle más fuerza, entonces quise sacarlo, sacarlo para siempre.

La señora extendió sus brazos, en cada uno había líneas de carne, líneas donde antes se escapaba la sangre queriendo dejarlo todo.

―¡Hola Inés, como te ha ido hoy! ―dijo la señora que antes bailaba por el salón.

―Hola, Amanda, me va genial, mejor que antes.

―Hola ―dijo William.

―¿Quién eres?

―Oh, soy William Bolton, gusto en conocerte.

―Perdón, pero no puedo hablar con extraños ―dijo Amanda y salió corriendo entre risas infantiles.

―¿Qué? ¿qué acaba de pasar? ―preguntó el agente.

―Amanda, es como los niños en el país de nunca jamás, su cuerpo creció, pero su mente no, en dos días te acostumbrarás.

―¿Pasaré aquí más de dos días?

―Quien sabe, pueden ser más o menos, eso depende de que hiciste para estar aquí.

William bajo la cabeza, y se quedó viendo la mesa, ¿Por cuánto tiempo seré un loco?

―Me recuerdas a alguien, un niño, hace mucho que estuvo aquí, ¿Qué será de él?

―¡William Bolton, tiene una visita! ―gritó un guardia.

El muchacho se levantó de la silla y avanzó hasta la salida, todos lo miraban, lo miraban con esos ojos penetrantes llenos de locura, ¿Por qué? Porque a ellos nadie los visitaba.

La pesadilla de BelltownDonde viven las historias. Descúbrelo ahora