7. Alexander Reed

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Luego de la noticia, la oficina fue un caos, y mucho más cuando los medios se percataron de que el principal investigador del caso estaba padeciendo de ataques de pánico, además de que Kevin decía que estaba "arreglando las cosas", pero en realidad no hacía nada. Se había organizado un huracán que tenía como centro el departamento de investigación, y este estaba sufriendo toda la fuerza destructiva, reiterando la posición de su actual enemigo, la justicia no hacía nada por los civiles.

En todo caso si el problema se hubiera quedado en el pueblo, no habría tanto revuelo, sin embargo, los pueblos cercanos estaban tomando como ejemplo al payaso. El maltrato a la mujer era un problema nacional, no había semana en la cual el periódico no tuviera un espacio para su habitual artículo de feminicidio. Y en los tiempos actuales con las mujeres tratando de liberarse, de obtener la libertad, el payaso había llegado como un refresco en medio del desierto.

Por el contrario, la sociedad es reacia al cambio, y aunque las nuevas generaciones lucharan por él, las viejas seguían allí, como un ancla que amaba lo tradicional. Generaciones que todavía proclamaban que la mujer estaba al servicio del hombre, para ellos esa premisa era algo tan profundo, como la singularidad de un agujero negro, tanto que estaban acostumbrados a ello y se les hacía raro ver a una mujer que no cocinara bien.

Y entre este tipo de hombres estaba Alexander Reed, un agente federal asignado al caso, cuando el Estado se dio cuenta de la crisis que estaba a punto de estallar bajo sus narices.

El día en que le asignaron el caso, Alexander, con sus 47 años, se levantó de la silla tocándose la zona lumbar por el persistente dolor, maldecía a cada rato su vejez y esta, a su vez, tenía un poco de odio por él, ya que según el señor Reed cada día tenía un nuevo dolor.

Si no hubiera sido un llamado de su jefe, se hubiera reusado a pararse.

Llegó con dificultad a la oficina puesto que con cada paso su rodilla izquierda renegaba con un gran dolor. Al llegar volvió a sentir ese repentino odio, su jefe, el señor Elías Norton, se encontraba leyendo las carpetas del caso del payaso, mientras se paseaba por toda su oficina, con sus lujos, con su juventud. Alexander odiaba que su jefe tuviera diez años menos que él. Alex se había peleado su puesto por años, mientras veía casos más atroces, violaciones, homicidios, suicidios, historias que asustarían a cualquiera que las conociera. En cambio, su jefe se había montado allí por sus estudios, ahora para estas generaciones un doctorado valía más que 20 años de experiencia, vaya cosas que el dinero y la dedicación podían hacer. Por el contrario, Alex estaba convencido de que no era así, que Elías era un niño de papi y mami que le habían pagado los estudios, estudios que había cursado con trampas. Aunque los diplomas de estudiante honorífico dijeran lo contrario.

Llamó a la puerta y movió el pomo justo después de que escucho el "entre".

―¿Me llamó...señor?

―Oh, Alexander, sí, si claro que te llame.

―¿Qué quiere decirme...señor?

―Mira Alex ―dijo mientras le daba dos palmadas en el hombro―, la cosa es que se ha presentado un grave problema con un caso...

―¿sí? ―exclamó Alex pensando "y ahora que tengo que hacer".

―Y la persona que está dirigiendo el caso no lo ha llevado de buena manera. Entonces, necesitamos resolverlo antes de que se vuelva peor, y quien mejor que tú para hacerlo.

Alex se ablandó un poco, al final sus años de experiencia lo habían llevado a reconocerlo como un investigador excepcional, por lo menos tenía algo de que mofarse.

―¿De qué caso se trata?

―¿Has visto las noticias, Alex?

―Sí ¿por?

La pesadilla de BelltownDonde viven las historias. Descúbrelo ahora