4. Castigo

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Su garganta parecía una lija luego de tanto gritar, le dolía horriblemente, las muñecas y los tobillos ya estaban rojos por su lucha contra las cadenas y su estómago retumbaba pidiendo comida, el cansancio producido por su encierro lo mantenía al borde del sueño, al borde de desmayarse.

La puerta que había permanecido inmóvil se movió dejando ver la penumbra, fría y desolada, luego se escucharon las ruedas chirriantes de algún mueble. Con la poca luz pudo ver una pequeña pantalla sobre una mesa metálica con llantas para facilitar su movilidad, en esa mesa también había una cámara. El hombre que la empujaba traía en la mano un trípode. Entro tranquilamente a la celda y dejó los artefactos a la izquierda de Dylan.

―Suéltame, suéltame por favor.

El payaso lo observó, hizo cara de no entender y luego sonrió.

―Suéltame, puto desgraciado, espera a que me suelte de aquí y te mataré.

―GIOJOJOJOJO ―El payaso se movió rápidamente y lo cogió del cuello―. Primero que todo no estás en posición para amenazarme, y no permitiré que hables con ese lenguaje.

El payaso salió de la habitación y al poco tiempo volvió. Con un bate y una botella de licor transparente como el agua.

―Sabes, este licor es exquisito, si no me hubieras amenazado, tal vez te hubiera dado un trago.

―Eres un maldito bastardo, infeliz.

―¿Yo soy el infeliz? Lo dice el que necesita esconderse en una sustancia que afecta su sistema nervioso para salir del mundo. Lo dice el que le pega a su esposa porque no hace lo que quiere, ¿si estuvieras suelto qué harías? Me golpearías, claro está, me quitarías el alcohol de mis manos, obvio, has pasado más de diez horas sin tu alcohol, ¿Cuánto más podrás aguantar? ―decía mientras ponía la cámara en el trípode y configuraba la computadora. Al final la imagen se proyectaba en el monitor― Mira que tan demacrado estas.

―Eres un maldito, hijo de puta. Jodete, púdrete, vete al maldito infierno de dónde vienes.

―Ja, esto será muy divertido.

El payaso agarro bien el bate, le dio unas vueltas en su mano, y le dio un gran golpe en el antebrazo, cuando trató de protegerse. Luego con gran rapidez le golpeo la pierna izquierda y se produjo un pequeño sonido de que algo se quebraba.

―AAAAAAAAHHHHHHHHHGGGGGGGG.

―Para tu desgracia solo se te fisuró el hueso, ni siquiera pude quebrar uno de los dos, que desafortunado eres.

―PUTOOOOO.

GIOJOJOJOJO. No aprendes la lección, ¿cierto?

El bufón se volteó y apretó un botón de una caja que colgaba de un cable cerca de la pared. Las cadenas de sus brazos empezaron a tensarse y le extendieron los brazos.

―Que pobre hombre eres, serás lo que, para lo poco que tu raciocinio da, denomina "una mujercita" para mí. O te sumes ante mí o no responderé sobre tu condición ―Luego de decir esto el payaso se tomó un trago de la botella―. Hasta me disgusta usar términos tan machistas.

La saliva comenzó a inundar la boca de Dylan, tenía tantas ansias de volver a tomar una copa, de sumirse en su estado de inconciencia donde todo se retorcía y poco a poco se desvanecía, donde se creaba una realidad sin dolor. Sin embargo, el dolor no lo dejaría escapar de esta realidad.

―Bueno, ¿con qué quieres seguir? ¿un brazo? ¿la otra pierna? ¿o tal vez, las costillas? ―Mientras nombraba la zona del cuerpo, la señalaba con el bate.

La pesadilla de BelltownDonde viven las historias. Descúbrelo ahora