4. Show macabro

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Avanzada la mañana, William se percató de que su captor había dejado el recinto. Así pasaron todo el día solos en esa celda, mientras el payaso hacia lo que quería en el pueblo, haciéndose pasar por un ciudadano cualquiera.

Llegada la noche, mientras los tres morían de hambre y escuchaban a sus estómagos exigirles comida, escucharon el sonido del gran portón al cerrarse y unos minutos más tarde escucharon los pasos del asesino acompañados por el sonido de un cuerpo siendo arrestado. El silencio volvió, luego regresaron los pasos y la puerta se abrió.

―Felicidades, señores, han sido invitados a ver mi próximo show, en primera fila, pero tienen que aceptar sus boletos ―expresó mostrándoles el par de esposas.

―Me encantaría verlo ―mintió William extendiendo los brazos ―"Es nuestra oportunidad" ―pensó.

―¡Excelente! ―dijo el payaso.

Daniel sólo extendió los brazos para seguir el juego de William, "debe de ser nuestra chance" pensó.

―Volveremos pronto, Emily ―dijo William sobre su hombro.

―¡Aww! Que hermoso es el amor.

Los dos amigos salieron de la celda, caminaban lento, el secuestrador daba saltitos de alegría. Cuando llegaron al final del pasillo, entraron en una habitación amplia que William reconoció fácilmente, la había visto en un video desagradable y al ver al hombre amarrado a esa placa de metal, su estómago se revolvió.

"Recuerda, gánatelo, golpéalo y escapa" pensó para mantener la compostura.

―Sus asientos señores ―expresó, mostrando dos sillas a un lado de la habitación, a dos metros de distancia de la víctima.

Los dos se sentaron en las sillas.

―Confió en ustedes señores, si salen corriendo, puede que les vaya peor ―alertó el payaso.

William recordó el pie cercenado de Fred Matthews y su único reflejo fue tragar saliva ante la horrenda imagen. Tenían que quedarse allí, tenían que soportar. Tenían que sobrevivir.

William se forzó a levantar la vista para verlo. En la plancha de metal se encontraba un hombre, semidesnudo, solo conservaba su ropa interior y sus extremidades estaban extendidas, amarradas en cada extremo de la plancha. Miró su cara y supo que había visto esta persona en algún lugar. El hombre continuaba un poco adormilado.

El payaso se fue un tiempo para volver con una bandeja repleta de aparatos para cortar, solo entonces, el hombre recobró por completo la conciencia y el miedo tomó forma en su rostro, comenzó a retorcerse a tratar de zafarse de sus amarres. Pero era inútil.

―Les presento al protagonista de esta noche. Brand ―dijo apuntándolo con un cuchillo de unos veinte centímetros―. sí, sé que lo conoces William, y tú también Daniel, él fue el que se acercó al auto la noche que estabais en el circo. Mírenlo tan débil, tan desdichado. Cualquiera lloraría por él en estos momentos, pero él no es un ángel, no es alguien que necesite su pesar. Este hombre, drogadicto empedernido, ¿saben dónde lo encontré? Estaba en uno de los callejones de la calle Weisland, forcejeando con una niña, sí señores, lo que tenemos aquí no es un pobre hombre, es un violador y peor que eso, un violador de niños.

―No por favor, déjame ir, no me hagas nada ―sollozaba Brand―, por favor ayúdenme.

―Entonces, ¿qué dicen ustedes? Mis nuevos jueces, ¿con que comenzamos, con este cuchillo? ―dijo admirando la hoja de acero inoxidable― ¿o con el hacha? Díganme.

William estaba en una encrucijada, si bien el hombre había hecho una atrocidad, ¿realmente merecía lo que le iban a hacer? No dejaba de ser una persona y no dejaba de ser atroz, pero había dejado marcada a esa niña para siempre, le había destrozado su vida sexual y de ahora en adelante recordaría la terrible noche en la que un hombre se le acercó y la tocó. El pensarlo lo hizo enfurecer, pero aún no estaba en el punto de matarlo.

―Digan rápido, me estoy aburriendo.

―El show es tuyo muéstranos lo mejor ―Se aventuró a decir Daniel.

―Siempre lo hago, sólo quiero la opinión del policía o de nuestro gran investigador. ¿Cuál?

―¿Por qué nos haces esto? ―preguntó Daniel.

―Porque es divertido y de algún modo es justicia.

―No es justicia, es venganza ―espetó William.

―No te pongas muy técnico, señor Bolton, no quieres hacerme enojar ―Le susurró en su oreja―, dime cual o... ―se hizo detrás de Daniel y puso el cuchillo en el cuello de su amigo― afronta la consecuencia.

―Calma... ―comenzó a decir William.

―No me digas que me calme, dime cual. ¿Cuál William? ¿cuchillo o hacha?

―No lo hagas ―sollozó Brand.

―William por favor ―farfulló Daniel, lleno de miedo.

―Tres... dos...

―El cuchillo, el cuchillo ―farfulló el agente Bolton.

―Excelente ―dijo el payaso quitando el cuchillo del cuello de Daniel y saltando hacia su víctima.

―HIJO DE PERRA ―bramó Brand.

―Oh, cuida esa boca ―le dijo, sosteniendo su cara con una mano.

Lo que siguió después se quedó grabado en la mente de William, un recuerdo que jamás olvidará. El payaso puso el cuchillo en la comisura de la boca para luego imprimirle fuerza, el hombre gritó y se movió como loco, al final su boca se había extendido hasta la parte de atrás de su quijada. La sangre salía por todas partes, incluso los gritos de dolor daban origen a más gritos.

―Poh favoh no ―balbuceó

―Eso decía la niña ¿paraste?

William tenía su cuerpo paralizado, la imagen desgarradora de ese hombre en esa condición era demasiado para él. Luego el cuchillo se incrustó en su pecho y bajó en diagonal, por todo su torso, la línea escarlata no tardó en aparecer, era un corte superficial, pero no por ello menos doloroso. Volvió a gritar, los miró y llorando les imploró.

―Ayudah, ayúdenme.

El payaso se acercó a él y a pocos centímetros de su cara y le dijo.

―Ellos no harán nada Brand, ¿sabes por qué? Porque si interfieren. Los mataré, igual que lo haré contigo.

Un escalofrió se extendió por la espalda de los dos invitados, William inevitablemente se llevó las manos a la boca debido a la sorpresa.

Luego el payaso volvió a reír, y clavó el cuchillo en la placa, muy, muy cerca de la ingle de Brand.

―Debería cortártelo, destrozar tu hombría y así quitarte el derecho de hacer lo que quieras por tu deseo.

William estaba punto de volverse loco, se llevó las manos a la cabeza y se apretaba fuertemente, recordaba los golpes, con esa tabla, fuertes, dolorosos, desgarradores y como su hermano trataba de ayudarle con el dolor.

―Así que, es hora de usarla ―dijo cogiendo el hacha―, ¿tus últimas palabras?

―No, no, poh favoh.

―Suplica todo lo que quieras, este es tu fin.

El hacha ondeó en el aire, se escuchó como cortaba el viento a su paso y como, bajo la fuerza de su captor, sus costillas se destrozaban ante el paso del metal afilado, el hacha perforó tanto que el asesino la soltó y aun se mantenía en el pecho de Brand, que para su lastima el hacha no fue demasiado efectiva y ahora se escuchaba un sonido ahogado, mientras el trataba de respirar, pero su aire se salía, ese silbido perturbador, mortal, que luego de unos minutos dejó de escucharse. Dejando lugar a la risa del asesino.

Giojojojojojo.

La pesadilla de BelltownDonde viven las historias. Descúbrelo ahora