2. Memorias

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Los días transcurrieron sin mayor incidente, al parecer todo se había olvidado en la comunidad y ya todo el mundo iba tranquilo a su trabajo, los niños volvieron a sus escuelas solos y en el ambiente solo se respiraba tranquilidad. Cuan equivocados estaban.

Corría la segunda semana de agosto y los investigadores habían dejado de lado el caso, al fin y al cabo, el novato de William era el único que quería resolverlo y aunque Stephen seguía apoyándolo, no tenía la habilidad de persuadirlos. Mientras, William trataba de recuperarse en casa.

Luego llegó la fatídica noticia, los habían encontrado, a los Grey, estaban semienterrados en las afueras de Belltown, las noticias volvieron a avivar las cosas y William se encaminó rápidamente al sitio. Llegó allí luego de unos treinta minutos, en cuanto Kevin lo vio comenzó a gritarle que, porqué estaba allí, que tenía que irse inmediatamente. El agente Bolton hizo caso omiso a sus expresiones y cuando él trató de taparle el paso, lo apartó con tanta fuerza que hizo que se cayera.

Vio las dos bolsas blancas que contenían los cuerpos, y sintió un poco de alivio al ver que ninguna de ellas era de un tamaño inferior, al lado de ellas se encontraban dos agentes que esperaban el vehículo que se llevaría los cuerpos, William se acercó a ellos, mostró su identificación y les preguntó sobre la condición de los cadáveres. Le dijeron que se notaba el odio del asesino hacia el señor Grey, ya que tenía su pierna y brazo roto, además de que le habían cortado la garganta. Pero en la mujer no había tantos signos de violencia, simplemente le había disparado en la cabeza.

Kevin se acercó hecho una furia.

―¿Qué quieres aquí Bolton? Me has estado jodiendo demasiado con este caso, no lo ves, te estas volviendo loco y no permitiré esto, sólo tienes una oportunidad, la rompes y te despido. Ahora vete.

William quería gritarle, quería golpearlo, sin embargo, no podía perder su última oportunidad para encontrar a ese maldito, por lo que, luchando contra sus emociones, decidió irse.

El tiempo seguía transcurriendo. Dos días después de que hallaran los cuerpos, William llegó a su casa luego de una larga jornada de trabajo investigando un accidente de tráfico. Al llegar al frente de su puerta lo vio, un paquete dirigido a él, junto con la marca de ese loco. D.

El pánico lo invadió de nuevo, vio hacia todas partes para cerciorarse de que él no estuviera allí. Entró y trancó las puertas y ventanas, acto seguido llamó a Daniel.

―¿Aló?

―Daniel, necesito que vengas ―dijo con la respiración alterada.

―¿Qué te pasa?

―Tengo miedo ―sollozó.

―¿Qué? ¿de qué?

―Solo necesito que vengas ―insistió.

―Está bien, en cinco minutos estoy allá.

Fueron los cinco minutos más largos de la vida de William. Cuando tocaron la puerta, se sobresaltó, fue lo más rápido posible hacia la puerta y la abrió, luego de saludarlo, lo apresuró para que entrara y vio otra vez el exterior, esperando que el asesino no estuviera allí.

―¿Qué te pasa William?

―Mira lo que encontré en la puerta ―dijo, mientras mostraba el paquete con la insignia del asesino.

―¡Oh Dios mío!

―Tengo miedo Daniel ―farfulló William, con lágrimas en sus ojos.

Lo único que pudo hacer Daniel fue abrazarlo, él mismo tenía miedo, sabía que todo se había vuelto complejo, pero el que más estaba sufriendo era su amigo, lo estaba acosando, le mostraron el nombre de alguien desconocido y eso le causó un shock, le habían amenazado todas las personas que quiere y su jefe no hace más que retrasar la investigación. El pobre se está destruyendo por dentro y ese hombre no hace más que alentarlo. Entonces le recomendó lo que sabía que le quitaría el miedo por un tiempo.

La pesadilla de BelltownDonde viven las historias. Descúbrelo ahora