3. El video

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El disparo había resonado por toda la casa.

Daniel salió corriendo hacia la habitación. Sin importarle siquiera que el vaso se precipitara al suelo con su contenido caliente.

Llegó a la puerta y la abrió. William se volteó y le apuntó con el arma. Tenía los brazos tensos, sosteniendo con fuerza la pistola. Se podía percibir el leve temblor que tenía. Se notaba su ansiedad, su miedo.

Tenía la mirada perdida y tenía la piel completamente brillante a causa de la sudoración.

―VETE ―gritó―, DÉJAME EN PAZ, DEJA DE GOLPEARME A MI Y A EVAN, DÉJANOS IR.

―Pero de qué demonios estás hablando William, cálmate y dame el arma.

―Déjame, por favor.

―William, cálmate, entrégame el arma.

―¿PARA QUÉ? PARA QUE ME MATES A MI, A LOS DEMÁS NIÑOS, A EVAN.

―No soy tu captor, vengo a ayudarte, te sacaré de aquí, a ti a tu hermano y a los demás ―dijo Daniel, tratando de seguir el camino que pautaba la alucinación de su amigo. Sacó su placa de policía―. Ves, puedo sacarte de aquí.

―No... no... no, tú eres el que nos metió aquí deja de hacerte pasar por alguien más. DEJA DE MENTIRNOS.

El estado salvaje de William iba en aumento y Daniel sabía muy bien que tarde o temprano, llegaría al punto de apretar el gatillo. Así que, ágilmente cogió la pistola a la vez que golpeaba el codo de su amigo, la mano se dobló en la dirección contraria y el dolor hizo que soltara el arma, una vez que estaba en las manos de Daniel, puso el seguro y la arrojó fuera de la habitación.

―NO, NO, NO, NO, NOOOOOOO. Por favor... no me hagas nada... te obedeceré... te juro que no volveré a intentarlo ―Lo repetía una y otra vez mientras sollozaba en el suelo, con las manos en la cabeza y de vez en cuando se golpeaba con ellas.

Daniel se sentó en la puerta, no sabía qué hacer, obviamente no podía abrazarlo, puesto que era la representación del mal para su amigo, la impotencia que sentía era demasiada. Por suerte, para él, más bien para los dos, William se durmió otra vez.

Luego de todo eso, no hubo nada más extraordinario, al otro día se despertó como de costumbre, he hizo todo igual a los días anteriores, a excepción de que ahora compartía su mañana, cosa que de hecho lo revitalizaba un poco.

Daniel le contó el fatídico encuentro (haciendo todo lo posible por no mencionar el nombre del hermano de William) cosa que realmente lo hizo sentir fatal, había atentado contra su amigo, ¿hasta dónde lo llevaría este torcido juego?

Después de desayunar, ambos se dirigieron al trabajo. Una vez allí se observaba a simple vista, todo el ajetreo que había significado la muerte de la familia Grey, ahora que los medios estaban presionando. El hecho era la primicia en todo medio de comunicación, las noticias, la prensa, la radio; todas ellas proclamaban una respuesta para los extraños secuestros que los incompetentes investigadores no habían resuelto.

De entrada, el día de William no sería el mejor, tuvo que entrometerse entre la multitud de periodistas que le pedían explicaciones, y al final, cuando se deshizo de esas pirañas, tuvo que enfrentarse al peor de todos, su jefe. Kevin parecía que no quería ver a nadie y al parecer seria él el que hablaría al frente de todos para decirles que efectivamente no tenían nada. Su cara de furia, atemorizaría a cualquiera.

―Tengo algo para ti ―dijo el agente Bolton, mientras sacaba algo de su bolso.

―Espero que sea bueno, no tengo tiempo como para perderlo en el caso al que te reúsas dejar ―manifestó Kevin con impaciencia.

La pesadilla de BelltownDonde viven las historias. Descúbrelo ahora