II

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Matías no era un joven especialmente preocupado por su apariencia, tanto que era raro ver su esponjado pelo peinado. Ni hablar en el poco tiempo que dedicaba a vestirse, pero esa mañana estaba nervioso, quería dar una buena primera impresión porque estaba seguro de que todos ahí serían súper intelectuales.

Pensó ir con una camisa y una pajarita con unos vaqueros, pero era demasiado. Luego probó con un  jersey encima pero tampoco, se sentía demasiado falso, así que terminó por vestir como casi siempre: unos pitillos negros, playera y una sudadera con estampado militar y casi de inmediato al verse al espejo se llenó de esa seguridad de ser el mismo. Tenía la ventaja de una silueta larga y estilizada que una buena altura lograba proporcionar.

Bajó para preparar el desayuno. Era lo peor de su mañana desde que a sus padres se les había ocurrido volverse vegetarianos. Sacó un bol pequeño y lo llenó de avena tostada con pequeños trozos de coco; tiró sobre estas una bolsa de frutos del bosque, que su papá ya había dejado preparado en la nevera, y finalmente puso yogur.

Podría fácilmente comer sólo el yogur, pero la última vez que lo hizo sus padres lo castigaron como si siguiera siendo un crío. Su portátil comenzó a sonar, eran sus padres. Ambos eran abogados y estaban fuera por el resto de la semana por un caso en Murcia.

-¡Pero mira que guapo! -saludó animoso su padre ya vestido de traje. Matías sonrió. Sus padres eran tan entusiastas que fue inevitable parecerse a ellos.

-Hola papá.

-Espero que estés desayunando lo que te he dejado en la nevera.

-Qué sí... -mostrando su plato.

Siempre había detestado esas fotos de desayunos súper saludables en boles que veía en Instagram y ahora se odiaba él por comer de esa manera y peor, odiaba mostrarlo a la cámara como si él mismo se fuera a hacer un selfie.

-¡No le hables así a tu padre! -intervino otra voz al otro lado del portátil.

-Pero ya no soy un crío. Y sé lo que tengo que desayunar -haciendo un puchero peor que el de un crío. Pero sus padres lo entendían y aceptaban esos desplantes, justamente por el enorme esfuerzo que esos nuevos hábitos le estaban costando.

-Perdonad -respondió volviendo en sí. Siempre había sido un poco impulsivo en cualquier aspecto de la vida.

-Claro. Nosotros estaremos de vuelta mañana por la tarde, así nos podrás mostrar tu trabajo.

-Será un secreto hasta el final del curso.

-Bueno -aceptó su padre.

Sonrió y terminó de comer su tostada con nutella, que era lo único que le permitían comer que no era verde o saludable. Sus padres le querían mucho y podía sentirlo aún en la distancia, algo que se estaba convirtiendo rápidamente en costumbre.
Cogió su skate cerca de la puerta principal de su casa y estuvo a punto de salir.

-¿Pero dónde vas tan temprano? -lo detuvo una voz detrás de él.

-Al taller de redacción -respondió cerrando la puerta.

-Cierto, mi hermano me dejó el recordatorio en la nevera -dijo estirándose para espabilar un poco.

Matías se giró para ver a Renato, el chico que ostentaba el título de tío, por parte de su padre Arturo y claro que se parecía a él, tenía el mismo color café ámbar en su mirada y el mismo cabello castaño oscuro, pero el suyo caía en un flequillo de lado alborotado, más a esa hora de la mañana. Tenía un rostro alargado que era rematado por una mandíbula finamente redondeada. Estaba en Madrid porque también comenzaría la uni al final del verano. Pero en lo que sus padres volvían de su viaje de trabajo, él se había quedado a cargo de la casa.

Detrás del caleidoscopio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora