Sorbete de melocotón

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Matías había pasado todas sus vacaciones en la playa tratando de olvidarse de Diego. Y parecía que lo había logrado; se había liado con un par de chicas, acto que hizo que se sintiera mejor. Tal vez todo el asunto con Diego hubiese sido un caso aislado por la fascinación que le había provocado un chico tan intrigante como Diego.

Pero cuando lo vio riendo con un chico extraño, toda aquella indiferencia por él desapareció y se sintió celoso, ¿por qué parecía que cualquier persona podía acercarse a él y le hacía conversación y con él parecía resistirse?

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Diego salió de su clase sometiéndose extraño como siempre. Había sido muy buena la clase, casi motivacional pero como siempre no había logrado conversar con nadie. Es más, tan rápido se había ganado un par de miradas que lo miraban extraño. Salió sin mirar a nadie, con una tranquilidad forzada, no quería dar la impresión de antipático. Pero notó un grupo de chicos que iba pasando cerca de él entre los que rápido logró divisar a Matías, con esa soltura y esa sonrisa, esa efusividad que lo aturrullaban de sobremanera.

Verlo así de contento y soltando risas con sus compañeros de clase, lo hicieron sentirse incómodo consigo mismo; Matías poseía esa capacidad de hacer amigos y conversaciones de manera tan natural como respirar, capacidad que Diego tanto envidiaba de las personas. A él le resultaba tan difícil siquiera pensar en un tema para iniciar una conversación. Pero por otro lado, se sentía aliviado por verlo así de animado como le había conocido. Pensó por un momento que estar con él casi todo el verano lo había hecho contagiarse de esa incapacidad para relacionarse.

Por no mencionar lo que Diego provocaba en las personas a su alrededor. En esa primera clase, había escuchado a alguien decir "ya tenemos empollón en la clase" cuando terminó de dar una respuesta más que satisfactoria para el profesor, causando un par de risillas. Soltó una risa también, a pesar de que había sido una burla para él, le había causado gracia la forma en que lo había dicho aquel chico. No dijo nada y se sentó en silencio el resto de la clase.

Matías lo pilló viéndolo y Diego levantó la mano y sonrió alargando sus labios. Algo que lo hizo detener a sus acompañantes y acercarse al chico con la bandolera al hombro.

-¿Cómo va tu mañana? -preguntó Diego al tenerlo cerca.

-Mucho mejor de lo que había creído. Mi primera clase ha sido muy buena y mis compañeros son una pasada -mirando detrás de Diego a su clase hablando en pequeños grupos.

Diego mantuvo su sonrisa alargada pero esta vez mucho más neutral y casi agria, ¿por qué no era como él? ¿Por qué parecía que no podía tenerlo todo como él? Dejándolo con una duda y un silencio tan prolongado, tanto que llamó la atención de Matías al ser esa su respuesta.

-¿Pero no has hecho ningún amigo? -viendo que seguían saliendo personas de su aula.

-No -dijo sin la más mínima duda. Y estaba casi seguro que aquello no cambiaría en un futuro inmediato. Sabía que sería muy difícil hacer migas con nadie.

-Ya. -Respondió preocupado y miró atrás. Sus nuevos amigos le estaban esperando. Diego también los miró. -Puedes venir, seguro que no les molestará uno más...

-No -sin despegar sus manos de su bandolera -, estoy bien así. Ve, no quiero... que los hagas esperar.

-¿Vas a estar bien?

Diego hizo un gesto de obviedad y animó con la mano a Matías a alejarse. Toda la vida había estado bien y se había sobrepuesto.

Tenía diez minutos libres antes de su próxima clase. Deambuló con sus cascos, mirando a su alrededor,

Detrás del caleidoscopio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora