En el colegio Dani siempre había sido ese chico risueño y muy divertido que tenía de amigos a medio grupo. Era detallista y un encanto con todos los profesores, le tenían en alta estima más por esa facilidad para el estudio sin caer en ser un empollón insufrible. Pero cuando llegó al bachillerato todo cambió. No sólo porque llegó con tres niñas como mejores amigas, sino que también irradiaba una singularidad muy marcada diferente a la del resto de chicos. Sus compañeros lo tildaban de débil por no practicar deportes, o se reían cada vez que pasaba a la pizarra a escribir algo, porque tenía una letra de molde exquisita, redonda y bien proporcionada y una cursiva impecable.
Las burlas no tardaron en llegar. Solo por ese par de detalles había ganado el título de El maricón del grupo. Algo que no lo dejaba en tranquilo. Siempre escuchaba que hablaban bajito de él o que se reían cada vez que intentaba ser como era. Sin embargo, eso no amedrentaba su espíritu enamoradizo. A pesar de las burlas, podía soltar suspiros por los chicos guapos que había en el insti, a escondidas claro. Hasta que un día le pillaron, mientras suspiraba por el guapo del otro grupo.
Las risas casi acabaron con él. ¿Qué pasaría si algún día se enamoraba de alguien y se burlaba de él? O peor aún, ¿qué diría la gente si tenía un novio? Después de eso decidió ocultar sus preferencias sexuales y caer en la mayoría de los estándares que rigen a los hombres. Se volvió aún más viril de lo que era y comenzó a hacer ejercicio. Durante la universidad se volvió más resuelto y un poco burlón, aspectos que le habían hecho agrandar su círculo social y teniendo nuevas aventuras.
No había tenido ningún problema con nadie hasta que vio a Diego. Ahí fue cuando toda esa fachada se desquebrajó poco a poco. Su sonrisa, su mirada y esa peculiar personalidad le llamaron de inmediato. Al verlos no había tenido duda alguna de que era el chico correcto. Que él no sería igual que el resto, supo que por él era capaz de perder todo su orgullo.
Y tal vez estaba por hacerlo. Llevaba una semana entera sin saber nada de Diego. Estaba comenzando a creer que se había enfadado por la última conversación. Pero es que no atendía las llamadas, ni los mensajes.
Dani se había desesperado, para mediados de diciembre se había plantado en su edificio a esperar verle salir. Durante días insistió pero nadie atendió al otro lado, haciendo más obvio que le estaba evitando. Pero la respuesta no fue mejor. Durante toda esa tarde no hubo ni un movimiento
-Perdona -dijo un vecino que le había visto al mediodía cuando salía de casa y que ahora que volvía seguía ahí -, ¿esperas a alguien?
Aquel hombre tal vez entrando en los treinta, con cabello largo alborotado y mirada suspicaz, miró a Dani intrigado. Dani le contó la situación de que llevaba días sin saber nada de Diego o Antón y lo mal que lo estaba pasando por aquella situación.
-Tranquilo hombre, se han ido de vacaciones. Yo cuido de su gato mientras no están, creo que me dijeron que se iban a ir a Ávila no, creo que era Valencia. Pero me han dicho que vuelven después de Año Nuevo.
Dani le preguntó de qué conocía a Diego. Esperaba que sólo fuera vecinos pero no fue así. Se habían conocido en la ópera de Madrid. El chico con cuerpo tonificado era cantante de ópera y a Diego le había conocido en un concierto, porque su madre lo había llevado a la presentación de las nuevas reformas que había hecho con su despacho. Hicieron migas muy rápido tanto que fue Diego quien le comentó del piso libre en el edificio.
-Es un buen chaval.
-¿Y no tendrás su número de móvil?
-Tengo el de Antón. Pero... no podría dártelo. Sé que lo que dices es cierto. Te he visto algunas veces pero no puedo, porque deberías tenerlo tú.
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Detrás del caleidoscopio
Teen FictionDiego no era un chico normal. Y lo sabía porque cada mañana tenía que ocultar esas cosas que lo volvían particular, cosas que no eran vergonzosas pero sí que causarían muchas preguntas y qué hacían que refiriera vestir de negro a donde quiera que fu...