Los padres de Matías, se habían percatado de un cambio de comportamiento por parte de su hijo; se había vuelto más callado, compagina poco de cómo se sentía y eso era muy raro. Así que Arturo decidió preguntarle a su hermano acerca de ese comportamiento.
-Yo, querido hermano, no te puedo decir nada porque sería motivo suficiente como para que Matías no me cuente nada nunca más. Así que tendrás que tener paciencia -le dijo antes de que Matías y Ricardo, entraran en la cocina.
Y aunque durante su verano pudo dejar de pensar en Diego, la razón no fue otra más que estar seguro de aquello que sentía no fuera algo provocado por aquel chico.
-¿Cómo han ido estos días? -preguntó Ricardo sentándose cerca de su hijo.
-Bien, muy bien. Ha sido un poco más difícil de lo que esperaba pero me hecho de una pandilla muy divertida y algo empollona así que...
A veces su efusividad rozaba en lo absurdo.
-¿Y no estás teniendo ningún problema? -insistió Ricardo.
-No. ¿Por qué?
-Por ser un poco... alegre y simpático -dijo con cierta precaución
-¿Y eso es malo?
-En absoluto. Eso significa que puedes ser susceptible a molestias por las personas que no suelen ser así de abiertas y efusivas.
Desde luego que eso no ocurría. Tenía un salero natural que encandilaba a cualquiera; a los chicos se los ganaba con sus anécdotas y su facilidad para las bromas. Siempre se había creído afortunado de poder ser así de sociable y que ser alguien solitario era el peor destino para cualquiera, hasta que conoció a Diego, puso en duda toda su teoría. Él siempre parecía apreciar más el silencio que una conversación, era demasiado hermético tanto que lo hacía sentir una pérdida de tiempo preguntarle nada acerca de su vida o intereses.
A media mañana, Diego había salido de su segunda clase, tenía un poco de tiempo antes de la siguiente y como si se tratase de algo normal, escuchó una carcajada estridente al otro lado de la fuente por la que pasaba: Matías.
Se detuvo a contemplar la facilidad que tenía para hacerlos reír; bromas, anécdotas y tal vez uno que otro recuerdo común que habrían compartido en esos primeros días. Movía sus brazos para generar grandes gestos; golpeaba el pecho de quien estaba cerca para sacarle una sonrisa; se recargaba de sus amigos para escuchar a otro hablar; soltaba carcajadas grandes; cambiaba constantemente el peso de su cuerpo una y otra vez; jugaba con sus pies. Parecía sentirse demasiado cómodo consigo mismo y para Diego todo ello le parecía demasiado invasivo y agotador de seguir.
Estaba seguro que él no podría. El solo hecho de pensar en estar rodeado por más de una persona lo agobiaba y ni hablar de lo bloqueado que se quedaría al generar un silencio incómodo que lo delataría como mala compañía. Apretó su carpeta contra su pecho y respiró profundo. Caminó para despejarse y poco antes de ponerse los cascos miró a Pablo, rodeado de cuatro chicas, que parecían alabar la camisa con pequeños osos de peluche en distintas poses. No lo había notado, pero era guapo a pesar de sus orejas que resaltaban de su rostro pero que se disimulaban con el tupé revuelto y que ahora que lo veía mejor no lo recordaba negro.
Miró cómo su amigo sonreía y no decía nada, se dejaba tocar y cuando alguien lo rozaba de más se movía como si le hicieran cosquillas. Incluso alcanzó a oír un "pero mirad como nos ignora" con un tono medio burlón y risueño por parte de una chica al verlo completamente sonrojado. Sonrió al ver que por fin se había deshecho de ellas y se acercaba soltando aire por la boca.
-Eres todo un Don Juan... -revolviendo el resto de su peinado.
-Calla -dijo abochornado -, que esto va ser todos los días.
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Detrás del caleidoscopio
Teen FictionDiego no era un chico normal. Y lo sabía porque cada mañana tenía que ocultar esas cosas que lo volvían particular, cosas que no eran vergonzosas pero sí que causarían muchas preguntas y qué hacían que refiriera vestir de negro a donde quiera que fu...