Metro

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Diego echó un último vistazo a su atuendo. La playera blanca rozaba la mitad de sus piernas; su cazadora vaquera daba la sensación de hombros anchos; sus pitillos negros alargaban su figura; sus botas lo hacían ver más alto de lo que era y el cabello largo le caía de lado haciendo ver su rostro mucho más gentil que el rostro severo y afilado que por años había visto. No había pegado el ojo toda la noche pensando en aquello. De cierto modo sabía que había conseguido salir ileso de todo aquel dolor que las personas a su alrededor habían soltado.

Sabía bien lo que la oscuridad podía hacer en las personas que tenían un vacío en su interior, lo había sentido en carne propia hace años, pero a pesar de eso, la luz de un acto compasivo hizo que todo aquel dolor se desvaneciera, dejando intacto su forma de ser

-Dani habló conmigo del bullying -soltó esperando el metro junto a Pablo el lunes por la mañana.

Esperar el metro era la única cosa que a Diego le causaba aburrimiento. Estar ahí parado sin poder hacer mucho le agobiaba; no podía leer porque en más de una ocasión por dejarse ir por la lectura había estado ahí media hora, dejando pasar uno tras otro; tampoco tenía nada interesante en su móvil como para quedarse ahí pegado; así que sólo le quedaba jugar con sus pies.

-¿Y qué te ha dicho? -preguntó Pablo despegando su mirada del móvil.

-Pues no mucho -mirando sus pies -. Le sorprende que sea amigo de "mi agresor" -levantando su mirada -. Por cierto, ¿recuerdas cómo me he hecho esta cicatriz? -señalando su brazo desnudo.

-Sí... -respondió incómodo -, te la he hecho yo. Te empujé en el laboratorio de química y tu mano se deslizó a lo largo de la mesa y chocó con todo las cosas de vidrio que ahí había y luego caíste de tu asiento.

Diego se quedó callado mirando a Pablo.

-Ah. Pues qué incómodo -dijo volviendo su mirada al frente bajando su playera -. Le dije a Dani que fue cuando la carrera de...

-No. Esa la tienes en tu mano derecha -señalando una cicatriz que comenzaba a mitad de la mano y acaba cerca del nudillo medio. Por años había pensado que había sido Milo quien se la había hecho.

-Ah. Me conoces mejor que yo -admitió abrazándolo antes de que llegara el tren.

Pero eso no calmaba a Pablo. No se culpaba pero le incomodaba mucho que Diego pensara que había sido poca cosa. Y eso lo notó, así que decidió compartir algo con él.

-¿Recuerdas a Mati? -preguntó mientras estaban dentro del tren.

-Sí, tu amiga de clase.

-Esa misma. Cuando la conocí le dije que era una rubia sin gracia alguna. 

-¿De verdad? -preguntó sin creer lo que decía su amigo. Diego asintió.
-Pero si erais muy amigos y os reíais en clase todo el rato.

-Sí. Lo sé, por eso la apreciaba mucho, aunque casi me golpea cuando fui a disculparme, me había excedido en mi papel. Nicolás le dio igual, pensó que era un acto de misericordia para con el resto. Lo que te quiero decir que es que todos hicimos cosas de las que nos arrepentimos pero... ya no somos más esos chiquillos inmaduros.

-Pero...

-Es verdad qué hay cicatrices que te lo recuerdan, pero ellas no deben definir quiénes somos. ¿Te imaginas que yo haya sido el mismo chico?

-Ya no estarías aquí... -respondió preocupado.

-Pues es verdad... -deteniéndose a considerar esa idea de lo as absurdo -, pero no pensaba irme tan lejos. Lo que quiero decir que es estúpido querer ser el mismo todo el tiempo. Crecemos, conocemos nuevos sitios, nuevas personas y seguimos adelante. En ese trayecto es imposible no cambiar.

Detrás del caleidoscopio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora