Noviembre fue sin duda el mes más intenso de toda la vida de Diego. Sin exagerar había comenzado una rutina casi diaria de estar fuera de casa: de la universidad a la casa pasaba sólo un par de minutos antes de intercalar sus tardes entre las clases de baile y una que otra reunión con el grupo de Esteban y Matías. En las que, sin molestia ni pretensión alguna, dejó que Esteban le presentara chicas para charlar y algún que otro chico; todos ,sin embargo, terminaban estrellados contra la enorme pared que era Diego. Claro que Pablo siempre le acompaña con quien terminaba en risas solitas en algún rincón del bar o del piso en el que estaban.
En más de una ocasión ambos amigos se preguntaron si alguien de verdad lograba encontrar a alguien para algo más serio que una noche o un acostón. Ahí era difícil lograr encontrar un punto en común con nadie, tanto que Diego pensó que su etapa en el colegio o el bachillerato había sido mejor que ese simulacro para ser un adulto activo en la sociedad, tanto que terminaron por dejarlo y agradecer el gesto a sus amigos.
Curiosamente todo eso no le causaba a Diego un cansancio mental tan agotador. Preferían las conversaciones que tenían en la clase de baile con algunos alumnos, o con Lidia, que a pesar de no tener muchas cosas en común lograban hacer buenas migas.
No pasó mucho tiempo para que Pablo notara que Diego notara esa ansia por que llegara el martes y el jueves para ir a esas clases. Porque cuando charlaban con Lidia, siempre estaba Dani y este, a pesar de que su hermana y Pablo sabían que no era muy gracioso, Diego se
reía más cuando decía algo divertido, que cada vez que había oportunidad se ponía a su vera y aceptaba todos los cumplidos sin rechistar.Llegó diciembre y la constancia de Dani fue más bien regular, tanto que Pablo notó ese pequeño impulso por parte de Diego clara inicio de clase por verle entrar por la puerta. Claro que su amigo lo disimulaba bastante bien; pero tenía algunos pequeños gestos que le delataban: como mirar de soslayo. Diego era una persona que, en apariencia, jamás se interesaba por lo que ocurría a su alrededor, pero cada vez que tenía la oportunidad miraba a la entrada sin mover ni un poco la cabeza; o ese golpeteo con los pies mientras se amarraba los cordones antes de empezar la clase.
También supo que por aquella clase había comprado un conjunto de chandal. Algo que según recordaba jamás había utilizado y arengó, cuando estaban en el instituto, que el chandal era para personas que se abandonaban.
Todo eso sin duda lo dejaba molido cada noche al caer en su cama. Había vivido más cosas en tan poco tiempo como nunca antes. Por eso, amaba la tranquilidad del pasillo de los rotuladores; le gustaba ver los tonos de colores y sentir el calor de los rayos del sol que entraban por las ventanas altas. Era uno de sus momentos en donde podía ser él y relajarse un poco, tanto que no parecía el chico delgado con aires sofisticados y desenfadados que andaba por los pasillos de la universidad; cuando iba de calle solía usar petos, a pesar del frío que comenzaba a hacer, para ir a todas partes.
Como ese que vestía uno vaquero, a la altura de las rodillas, a juego con una playera blanca oculta debajo de una camisa a cuadros rojos de franela gruesa que estaba desabotonada hasta el cuarto botón, un gorro de lana amarillo y unas deportivas sin medias. Este conjunto, con algunas variaciones dependiendo su estado de ánimo, se había vuelto su sello tras ver Rompe Ralph. Se había enamorado de aquel personaje cuando la vio por primera vez.
Le gustaba llevar una tira suelta y con algunas rasgaduras, incluso ese que llevaba puesto tenía un parche en tartán rojo al frente. Lo que sí le parecía extraño era que en Madrid había muy pocos chicos con bermudas, o bueno, no como en Valencia, que obligados por el calor iban con las piernas descubiertas.
Pasó la siguiente media hora en la sección de libretas buscando la que mejor se adaptara a él. De contárselo a cualquiera, lo vería extraño, ¿quién logra sentir satisfacción al comprar una nueva libreta? Caminaba sujetando una cesta metálica con ambas manos, con un pie delante del otro casi ausente mirando cada producto que ofrecía la tienda. Siguió caminando por los pasillos hasta llegar a las hojas, ahí al levantar la mirada se topó con un rostro familiar.
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Detrás del caleidoscopio
Teen FictionDiego no era un chico normal. Y lo sabía porque cada mañana tenía que ocultar esas cosas que lo volvían particular, cosas que no eran vergonzosas pero sí que causarían muchas preguntas y qué hacían que refiriera vestir de negro a donde quiera que fu...