Cascabeles

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Patrick Miller era en varios aspectos muy parecido a su hermano Leslie. Era bastante efusivo y hacía amigos con facilidad pero su mirada, a comparación del azul intenso de su hermano, era grisácea y un poco turbia, como si se hubiese volcado un tubo de éter concentrado, que fácilmente lo hacían ver frío y distante. Pero eso se compensaba con su sonrisa, que era grande y que dejaba ver toda su dentadura.

Era un poco más alto que su hermano menor y tenía una silueta alargada. A simple vista parecía que no podía ser alguien cálido, pero lo era de una forma muy masculina. Todo él exudaba una desmesurada curiosidad y había pocos detalles que se le escapaban. Como ese tintinear que había escuchando mientras miraba los recuerdos de un local del aeropuerto de París, en un día sumamente caluroso, un ruido que no pudo ignorar porque él no estaba caminando. Así que cuando lo escuchó, apresuró a la máquina de café para que se lo despachara con rapidez, pero no lo consiguió y estaba por perder al chico así que lo dejó ahí y se puso a correr para alcanzarle.

-Perdona... -le dijo a otro chico en mitad del aeropuerto -. Perdona -insistiendo y deteniéndolo -, Perdona -viendo lo reacio de su mirada, algo que le intimidó un poco -. Pero... ¿de dónde has sacado tu identificador?

Aquel chico miró con cierto recelo el descaro de aquella pregunta abrupta y sin presentación alguna. Pudo haber fingido que no hablaba español, pero Patrick tenía el acento francés muy marcado, mezclado con el acento inglés, lo que resultaba evidente por la forma indiscriminada en que le daba tono a las erres en las palabras en español. Así que intuía que podía buscar el idioma con el cual comunicarse para obtener la respuesta.

-Me lo ha regalado un amigo -dijo sin más que decir.

Paty soltó un pequeño grito interno. Pero estaba seguro que si lo preguntaba corría el riesgo de recibir una expresión de desagrado, porque era ridícula la idea de pensar en que había solo una persona en el mundo que hiciera identificadores tubulares trenzados con cascabeles colgando. Pero aquel joven se detuvo a mirar al inglés delante de él y se preocupó más aún por la sonrisa que trataba de no desbordar.

-¿Qué pasa? -dijo a modo de interrogación. Detestaba a las personas que no hablaban claro.

-¿Ese amigo no será Diego de Alvarado?

Un apellido que era medianamente conocido en el mundo del arte, por ser su abuela materna de quien Antón lo había heredado y fue una mujer conocida por su gusto por la pintura y la literatura. Pero sin duda el nombre antecedente era la dosis de juventud lo que despertó también la chispa de alegría en todo el rostro de ese español.

-Sí, es uno de mis mejores amigos de toda la vida -bajando la guardia un poco.

-¡También es mío! -deslizando su bandolera al frente para mostrarle su identificador color naranja. Ambos chicos en ese momento sonrieron de manera cómplice.

Aquel joven miró de reojo a Paty. No parecía ser una persona de mundo, ni interesante. Podía ver tantas cadencias en la formación de Paty con solo mirar su comportamiento y esa manera tan mamarracha de estar parado y esa falta de peinado en su pelo, que caía sin gracia alguna sobre su frente. Así que no entendía cómo podía ser amigo de Diego. Pero después miró un pequeño detalle: Paty sujetaba con fuerza su identificador.

-Por cierto, me llamo Patrick. Encantado.

-Santiago. ¿Vas a Londres?

-No todos los británicos vivimos en Londres -obvió Paty ante tan insensible comentario -, voy a Madrid. A encontrarme con Diego.

-¿Diego está en Madrid? ¿Desde cuando?

-Desde hace un par de años...

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