Bolsa de la compra

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Diego miró sus dedos. Se había tomado un descanso de su tercer día como solista, no había tantas personas y las ampollas que habían reventado y alguna que otra vieja cicatriz de la costura revivió le hacían imposible seguir. En la última fila de mesitas altas había un chico que le había visto desde que empezó, en silencio y sin llamar mucho la atención: un agente que Leslie había enviado.

Desde ahí Diego se veía diferente. Parecía alguien más seguro y de cierto modo más atormentado, como si todos esos miedos que le había conocido hubiesen causado estragos en su personalidad. Pero parecía que no era alguien melancólico o amargado. No había ningún rictus en su rostro, tampoco tristeza en su mirada. Su rostro emanaba una tranquilidad innata que incluso sintiendo dolor mantenían cierta ternura, como perdonando a las heridas de hacerle daño o incluso compadeciéndose de ellas de ser lo único que sabían hacer.

No pudo contenerse por más tiempo de acercarse. Al entrar pensó que sería fácil identificarle, después de todo había conocido la faceta más divertida de Diego: con enromes jerseyes de punto grueso a juego con pitillos súper ajustados y deportivas New Blanco para darle un poco de altura. Pero no le encontró. En cambió, vio a un chico mucho más estilizado, con prendas de su talla y un peinado que no era destrozado por una bandana igual de colorida. Iba todo de negro que al comienzo pasó de largo de él, pero cuando le escuchó hablar, esa incongruencia entre aspecto y personalidad, que tanto obviaban y odiaban sus padres, le hizo saber que se trataba de Diego.

Quiso romper el pacto del factor sorpresa que había prometido con Leslie y su hermano porque si algo tenía Diego era que era fácil querer darle un abrazo, algo que a últimas fechas incluso él lo necesitaba. Así que se adhirió al plan y se acercó sin más pretensión, después de todo él también había cambiado lo suficiente como para que no le reconociera de primera.

-Dedos de músico -dijo acercándose por fin por la espalda.

-Sí -respondió Diego girándose para ver al chico que le hablaba -. Había olvidado lo que sentía -sonriendo involuntariamente. Hacía tiempo que no lo hacía que no notó cuando lo volvió a hacer.

-Tocas bien y no hablemos de lo increíble que cantas -dijo Santiago sorprendido. La primera vez que le había escuchado tocar la guitarra había una noche cuando

Aquel chico tenía los hombros anchos, que le daban una silueta intimidante. Pero parecía agradable. Era moreno y tenía una barda de un par de días que le daba un poco más de ligereza a su mentón cuadrado que le recordaba al de Hércules. Además de intimidarle, le provocaba sentirse mucho más insignificante de lo que ya se sentía, pero a pesar de eso le generó confianza.

-Venga, no te burles que ha sido mi primera canción solo.

Pero su voz alegre y melodiosa hacían que Santiago sintiera ternura de verlo enfundado en ropas negras. ¿A que estaba jugando en esa ocasión?

-Que es verdad. Me encantó tu interpretación -dijo con una sonrisa reluciente, una que hizo que Diego sintiera una sensación extraña, como de conocerle.

-Pues gracias -terminó aceptando el cumplido. Aquel chico sonrió. Le parecía de lo más dulce la forma en que Diego le estaba mirando y no le decía nada, parecía que quería hacerle una pregunta pero se contenía.

-¿Y con qué nos vas a deleitar ahora? -insistió Santiago.

-Pues... -desviando la mirada para deshacerse del pensamiento que estaba creciendo en su pecho. -Con una de mis canciones favoritas: show me love de...

-The Wanted -interrumpió el chico de más de veinticinco años.

-Sí -dijo sorprendido. Aquel chico era agradable a pesar de su personalidad basta -, pero cómo...

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