Habían pasado tres semanas desde el final del curso y de la despedida de Eraldo y Pilar. Ellos seguirían ahí pero la frecuencia con la de Diego era la que era incierta. Por su parte Matías también había desaparecido un para tomar unas breves vacaciones con su padres y René, así que habían sido un par de días tranquilos para Diego, hasta esa mañana de sábado en que su padre le dio una noticia que no esperaba:
-Tu madre ha vuelto.
Antón esperó que la noticia causara algo en su hijo. Pero no lo hizo. Dejó un largo y pesado silencio antes de siquiera pensar en responder nada. Pero sabía que su padre necesitaba una respuesta.
-Ah, que bien -mirando su iPad mientras desayunaba un sábado a media mañana. Su padre era más tradicional y disfrutaba darle vuelta a las páginas del diario, pero se detuvo a ver a su hijo; sentado casi al borde de la silla, con la espalda recta y un poco alejado de la mesa, notando la elegancia qué tal posición generaba, pero ignoraba lo difícil que era mantenerla.
Él mismo se puso derecho antes de continuar con la conversación. Pero para Diego el tema de su madre jamás lo había llevado bien. Además, no entendía aquel paripé de ella de querer verle, si ellos; su padre y su madre, se habían separado justo por eso; ambos fueron jóvenes cuando lo tuvieron, tanto que a pesar de tenerlo siguieron con sus carreras, siendo su madre la que despegó más rápido, alejándose de él. Dejándolo con la madre de Antón, quien lo cuidó por poco menos de cuatro años antes de que Estée, decidiera llevarlo consigo a las ciudades a las que iba por su trabajo de restauradora de obras.
Al comienzo no tuvo problema alguno, dejándolo a su suerte por cualquier museo o galería al que iba, sin cuidado alguno o el mínimo. O cuando tenía que ir a un teatro o a un recinto cultural lo dejaba tras bambalinas o aburriéndose en las butacas, fue su padre quien decidió establecerse en Madrid y dejar de viajar fuera del territorio español para dedicarse a su profesión desde ahí para poder cuidarlo y darle una estabilidad.
Aunque hasta antes del bachillerato siguió viajando con su padre, viviendo durante algunos meses en Málaga, Ciudad Real o Valencia, siendo esta última en donde más tiempo había vivido y en donde sin duda su padre tuvo mucho más participación.
-Diego, quiere verte. Te ha echado de menos -mirando a su hijo.
-Seguro que si -dándole otro bocado a la tosta con nocilla que se había preparado sin despegar la mirada del iPad. Pero la levantó solo para ver la expresión de su padre por encima de sus gafas.
-Lo haré -respondió sin más. Había aprendido que su madre, a pesar de los regaños de su propia madre, jamás iba a cambiar y a volverse la madre que tanto había necesitado.
El domingo a mediodía habían quedado en un restaurante en el centro. Diego como siempre llegó primero y se sentó en un sitio con vistas interesantes para poder ver cuando su madre comenzara a ignorarlo.
-¿Y cómo te ha ido?
-Bien -dijo mirando el portátil que había en medio de ellos en un tono indiferente.
Y de nuevo volvió a escuchar el ruido del resto de conversaciones que había a su alrededor. Choques discretos de copas, risas ahogadas entre las manos, incluso murmullos de chismes, pero en su mesa solo había tecleo incesante.
-Empiezas pronto la uni, ¿no? -revisando el último correo que había recibido.
-No, falta un mes para eso -jugando con la servilleta.
-Ah -tecleando vigorosamente -, que bien. Disfruta tu tiempo libre -asomándose por un costado de la pantalla para sonreírle.
-Sí -dando un trago a su bebida y mirando por la ventana. Hace años que dejó de importarle el esfuerzo que significaba para su madre hacerse un tiempo para verlo, a pesar que no se despegaba de su trabajo.
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Detrás del caleidoscopio
Teen FictionDiego no era un chico normal. Y lo sabía porque cada mañana tenía que ocultar esas cosas que lo volvían particular, cosas que no eran vergonzosas pero sí que causarían muchas preguntas y qué hacían que refiriera vestir de negro a donde quiera que fu...