Lápiz y papel

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Si algo hacía bien Diego era alejarse de su pasado. Prueba de ello era que a pesar de haberse tomado una malteada, estaba decidido a tomar un poco de chocolate y un donut, como celebración de que entraba en una talla S.

Pero curiosamente se sentía extraño al pensar en el pasado, como si en su dejavú se tratase. Recordó esa vez en Argentina, cuando Pilar lo encontró sentado fuera de un teatro, con la nariz hundida en su libreta dibujando un pequeño parque luego de una hora de estar seguro de haber capturado con la mirada cada pequeño detalle que en él había, y le pidió que lo leyera. ¿Qué iba a saber él de redacción, pero luego al leerlo logró ver las pequeñas deficiencias que tenía en los detalles, así que le comenzó a ayudar, como lo había hecho con Matías.

También ella le había preguntado cómo es que lograba. Claro que no le creyó cuando le dijo que la observación era importante. Él había pasado larga tardes sentado frente a plazas y llegares públicos, imaginando la vida de aquellas personas y las razones por las cuales caminaban despreocupadas a mediodía o cuando corrían sobre las diez de la mañana, o cuando podía percibir cuenta alegría a las ocho de la noche de un viernes.

Con ese recuerdo Diego logró sentirse extraño; de pronto esas calles por las que siempre iba y volvía lo hacían sentir abrumado, como si todo ello le fuera ajeno. Pero llegó al local y todo su presente se apoltronó en su cabeza para situarlo de nuevo en el presente.

Había pillado la última mesa dentro del local. Se pidió un chocolate a la taza y un donut de doble chocolate y por simple inercia sacó su libreta y su lápiz para hacer un dibujo de su comida. Miró el reloj de su móvil y sonrió. Tenía una hora para él solo.

-¿Te importa si me siento? -preguntó sin esperar respuesta un chico que parecía abrumado y agitado alguien que rompió la estampa de la merienda que Diego estaba dibujando cómo si se tratase de un bodegón.

Aquel chico no dijo nada más. Estaba halando por teléfono que ordenó con el dedo al camarero lo que iba a comer. Diego no estaba tan incomodo, por lo menos no le estaba hablando y mientras eso no ocurriera, podía quedarse en su mesa.

-Hombre, que si me sé cómo es que no sé cayó Notre Dame... pues hombre... por sus pilares...

Diego sonrió e hizo un boceto que deslizó hacia ese chico en un trozo de papel; un bosquejo de un fragmento de una catedral gótica, en donde indicaba lo que era un arbotante, pináculo y contrafuerte, aquel chico lo miró extrañado e ignoró el hecho de que estaba escuchando su conversación cuando repitió esas palabras que eran acertadas.

-Me has salvado la vida.

Diego no dijo nada, seguía detallando su dibujo con el recuerdo vago que tenía en su mente.

-¿Eres estudiante de arquitectura? -preguntó el chico mientras le hacía una foto al boceto.

Diego negó con la cabeza.

El chico vio el dibujo.

-¿Sabes dibujar?

Diego levantó la mirada y asintió.

-René -se presentó -, bueno me llamo Renato, pero mi última novia me llamaba así que se me quedó.

-Très Français... -bromeó Diego.

-Oui. Como Notre Dame -soltando una risa y viendo que Diego prefería el silencio. -¿Cómo lo sabias?

-¿El qué?

-Pues cómo se llama cada parte.

-Mi mamá es restauradora.

-¿De arquitectura?

Detrás del caleidoscopio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora