Miel de abeja

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La casa estaba alejada del centro, donde la modernidad dominaba; donde las casas dejaban de ser marrón claro con techos rojos. No era una villa antigua, a pesar de trabajar con ello, Estée odiaba lo antiguo.

Diego conocía la casa. Hacía cinco años que la había comprado y tenía ahí un par de cosas suyas, pero no tantas como para tener su espacio en esa casa. Tenía midas de ropa y adaptadores, también algunos artículos de papelería viejos y algunos juguetes y cosas de cuando era más pequeño. Su madre lo había conservado todo para que no se notara tanto hueco y Diego lo sabía.

-Pasa. Mi... habitación es por aquí -guiándolo a la segunda planta donde el sol entraba por el enorme ventanal del descanso final de la escalera -, más tarde puedo disponer de... la otra habitación de invitados.

Aún caminaba con cierta reserva, después de todo no sabía si podía disponer de la casa a su antojo. Ya que en ella pasaba a lo mucho una semana, y sólo la usaba para llegar a dormir.

-Pasa. Voy sacando un cobertor y un juego limpio de sábanas.

-Gracias -dijo guiñándole el ojo, entrando mirando a todos lados lo espaciosa que era aquella habitación.

Diego le vio sacar de su macuto una muda de ropa y un pijama; le vio sonreír y no pudo evitar contenerse de besarle; de dejarse llevar por ese momento y perderse en sus besos. Después de todo tenían que ponerse al día.

Con Dani todo se sentía diferente. La habitación se volvía más cálida, los abrazos más intensos y la ciudad parecía despertar dispuesta a hacerlo vibrar. Se abría todo un panorama con la llegada de aquel chico. Incluso el mero hecho de hacer la cama juntos se volvía en la acción más íntima que jamás habían realizado juntos. Pero era lo que pasaba con él, cualquier tontería se volvía casi única e importante.

Una hora después, Estée volvió a su casa para refrescarse y cambiar de bolso para su siguiente cita con un cliente. Estaba a tiempo y tranquila de saber que su hijo estaba perdido en la ciudad. Pero Escuchó algo inusual saliendo de la cocina: risas. Era extraño, su hijo jamás estaba en casa y mucho menos con alguien. En toda su vida jamás lo había hecho, por lo que fue sorprendente verle ahí ahogándose de risa frente a otro chico mucho más alto y robusto que él.

-¿Qué pasa aquí? -preguntó mirando a su hijo que no podía contenerse.

-Mamá, hola. Perdona, estábamos recordando algo muy gracioso - riendo todavía y contagiando a Dani, quien intentó ponerse serio pero es que no podía.

-Diego, ¿quién es el chico?

Diego miró a Dani. Jamás habían dicho aquella palabra, pero al mirarse estuvieron de acuerdo de que podían decirlo.

-Dani, mi novio -respirando profundo y volviendo a la compostura, a tiempo para ponerse de pie y hacer la presentación debida.

-Daniel, mucho gusto. Su casa es muy bonita.

-Estée -aceptado la mano de aquel chico que, en definitiva, era guapo -, encantada. Gracias, fue todo un reto conseguirla -mirándola con orgullo -, el comprador no estaba dispuesto a dejarla al precio de venta, así que tuve que aumentar la apuesta.

-Pues ha valido la pena. Tiene unas vistas excelentes.

-Son hermosas -dijo mirando al chico. Tenía buen ojo, o simplemente era un pelota. Lo cual tampoco tenía nada de malo, prefería eso a las escuetas respuestas de su hijo en las conversaciones.

-Ha venido a acompañarme -dijo Diego cuando su madre volvió su mirada hacia él.

-Pues... bienvenido y como en casa -recordando a lo que había vuelto -, supongo que has dispuesto de la otra habitación -le preguntó a su hijo -. Bien. Entonces me voy porque tengo una cita con un cliente y no puedo perderlo. Disfrutad.

Detrás del caleidoscopio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora